07/09/05


LA EDUCACIÓN ES UNA INVERSIÓN Y HAY QUE EDUCAR PARA EL URUGUAY
"La educación, lejos de ser un gasto, es una inversión; es la mejor inversión que puede hacer un país que quiere desarrollarse", dijo el Presidente Vázquez en el marco del 20º Aniversario de la UCUDAL, donde explicó que hay que educar para la razón, para el Uruguay, desde el humanismo, el respeto, para la libertad y la autonomía, para la sociedad y la democracia, indicó.

El Presidente Vázquez participó del acto conmemorativo del vigésimo aniversario de la Universidad Católica del Uruguay "Dámaso Antonio Larrañaga" (UCUDAL), donde disertó sobre "La responsabilidad social del profesional universitario".

En ese contexto, dijo que "la responsabilidad social del profesional universitario y de la Universidad en la cual el mismo se forma como profesional y como ciudadano, adquieren una especial trascendencia", que él expresó en un vocablo: "educación".

Vázquez dijo que como expresó el filósofo español Fernando Savater, hay que educar para la razón; y educar para la razón es educar desde el humanismo, para el respeto, educar para la libertad y la autonomía, educar para la sociedad y para la democracia, hay que educar para el Uruguay –dijo- para el desarrollo productivo de nuestro país y para el bienestar de toda su población, agregó.

"La educación, lejos de ser un gasto, es una inversión; es la mejor inversión que puede hacer un país que quiere desarrollarse, porque finalmente además más que una inversión, es un derecho de toda la población ser y recibir educación", enfatizó.

Vázquez fue condecorado con la Medalla de Oro de la Universidad Católica del Uruguay, en conmemoración de su primera visita a dicha casa de estudios, en su condición de Presidente.

PALABRAS DEL RECTOR DE LA UCUDAL, SACERDOTE JESUITA ANTONIO OCAÑA, EN EL ACTO CONMEMORATIVO DEL 20º ANIVERSARIO DE DICHA CASA DE ESTUDIOS

OCAÑA: Señor Presidente de la República, doctor Tabaré Vázquez; Monseñor Nicolás Cotugno; Gran Canciller de la Universidad, Padre Juan José Mosca; Gran Vice Canciller; señor presidente de la Conferencia Episcopal; señor Nuncio, Su Santidad, y señores Obispos aquí presentes; señor Ministro de Educación, ingeniero Jorge Brovetto y miembros de su Cartera; señor Ministro de Industria y Energía, Jorge Lepra; señores Subsecretarios; señores Comandantes de las Fuerzas Armadas; señores senadores miembros de la Comisión de Educación; señor Rector de la Universidad de la República, ingeniero Rafael Guarga, y de la Universidad de Montevideo, doctor Mariano Brito; señores Miembros del Cuerpo Diplomático; señores ex Ministros de Educación; señores presidentes de Instituciones amigas de la casa, como ACDE, DERES ó el Comité Central Israelita; autoridades académicas de nuestra Universidad; profesores; funcionarios y alumnos; queridos amigos.

Hoy toda nuestra comunidad universitaria le agradece a usted doctor Vázquez ésta, su presencia académica, en lo que sin duda será el acto más significativo de todos con los que queremos celebrar nuestro vigésimo aniversario.

Lo que hoy nos ocupa no son meras cuestiones técnicas sobre el ejercicio de la profesión, sino un problema ético de envergadura, que por todo lo que hemos recibido da sociedad nos afecta especialmente a los universitarios: nuestra responsabilidad social. Este tema es muy querido para esta casa; nuestro carácter de institución católica encomendada a la Compañía de Jesús, nos hace tener muy presente tanto el rico acervo de la doctrina social de la Iglesia, como la preocupación jesuita de no separar el servicio de la fé y la promoción de la Justicia.

Por eso nuestra Casa está vinculada de alguna forma tanto con estudios como el Índice de Responsabilidad Social de las Empresas, que elabora ACDE, una Institución que colaboró eficazmente en nuestra fundación hace 20 años, como con DERES, organización de empresarios y académicos que buscan mecanismos para fomentar la práctica de la responsabilidad social empresarial.

En nuestra más alta declaración de intenciones, decimos querer contribuir a la construcción de una sociedad más justa, formando hombres y mujeres para los demás y con los demás, no sólo altamente competentes, sino también concientes de la situación de nuestra gente, compasivos, es decir capaces de unirse cordialmente a los dolores y esperanzas de los más necesitados, y comprometidos con ellos.

Para sentir hay que acercarse y ver, y por eso nos empeñamos en que nuestros alumnos hagan prácticas en los centros de extensión, ubicados uno en el Cerrito de la Victoria y otro en el Cerro, el barrio gemelo de ese La Teja al que usted está tan vinculado al otro lado del Pantanoso.

Del perfil del profesional vinculado a la Universidad Católica del Uruguay, un texto que está en muchos de nuestros muros, dice que todos nosotros y nuestros egresados, "debemos ser compasivos y capaces de apostarle al pobre, al desvalido y al excluido de la sociedad". Y continúa con una frase del Superior General de los Jesuitas, el Padre Kolvenbach: "Varones y mujeres capaces de tomar decisiones importantes, pensando primero en las consecuencias que tendrán esas decisiones en los pobres".

Señor Presidente: además de como profesional universitario, nos hablará usted también desde esa suprema investidura con la que nuestro pueblo lo ungió en las últimas elecciones. En cuanto a tal, representa usted a la totalidad del pueblo uruguayo, y viene hoy a subrayarnos que todos nosotros cuanto mayores son las capacidades que vamos adquiriendo en la Universidad, debemos tener también una mayor responsabilidad social. Por eso, su presencia entre nosotros hoy, no sólo nos conforta en este vigésimo aniversario de nuestra fundación, sino que también nos exige.

Gracias señor Presidente. Lo escucharemos con mucha atención. Tiene usted la palabra.

PALABRAS DEL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA, DOCTOR TABARÉ VÁZQUEZ, EN LA UNIVERSIDAD CATÓLICA

PRESIDENTE VÁZQUEZ: Señor Rector de la Universidad Católica del Uruguay, Sacerdote Jesuita Antonio Ocaña; señores Obispos; señor Nuncio Apostólico; autoridades nacionales, departamentales, civiles y militares; docentes; alumnos y funcionarios de esta casa de estudios; señoras y señores.

En ustedes felicito a la Universidad Católica del Uruguay "Dámaso Antonio Larrañaga" con motivo del vigésimo aniversario de su inauguración, y a ustedes les agradezco la invitación a participar en esta actividad, así como vuestra presencia en la misma.

Como Presidente de la República reconozco y valoro la importancia, la trayectoria y el compromiso de esta Institución, así como del sector privado en el sistema educativo uruguayo.

Resalto esto pues si bien, como es de público conocimiento, en cumplimiento de compromisos de gobierno, pero también en coherencia con valores éticos y principios programáticos que nos identifican, el Proyecto de Ley de Presupuesto Nacional remitido al Poder Legislativo, asegura la asignación del 4.5% del Producto Bruto Interno a la educación pública durante el presente período de gobierno; además de ello tenemos bien presente que el sistema educativo uruguayo también abarca al sector privado.

Y también tenemos presente la recomendación de UNESCO –oportuna y acertadamente apoyada por Uruguay- tendiente a que los países destinen el 6% de su Producto Bruto Interno a la educación en su conjunto (pública y privada).

Destinar el 6% del PBI uruguayo a la educación de nuestra gente es un horizonte al que no renunciamos.

Nos impulsan hacia ese horizonte razones de principios, pero también otras tan elementales como que la educación, lejos de ser un gasto, es una inversión. Es la mejor inversión que puede hacer un país que quiere desarrollarse, porque finalmente además más que una inversión, es un derecho de toda la población ser y recibir educación.

Como Presidente de la República, entonces, me complace este vigésimo aniversario de la Universidad Católica del Uruguay. Pero además, como profesional y ex docente universitario, y además como padre de un egresado de esta Institución, me reconforta verdaderamente estar hoy aquí con todas ustedes.

Y me resulta especialmente desafiante compartir con ustedes algunas reflexiones en torno al tema elegido para este encuentro: la responsabilidad social del profesional universitario.

Se trata de un tema sin duda siempre vigente, ya que todas las universidades establecen como rasgos de identidad principios y objetivos relacionados con esa responsabilidad social.

Claro que, lamentablemente, no todas logran efectivamente realizar tales principios y alcanzar tales objetivos.

Y es un tema además especialmente adecuado para la circunstancia que nos convoca, porque el vigésimo aniversario de la UCUDAL es un mojón en la trayectoria de una Institución universitaria comprometida, desde su identidad católica en la formación de jóvenes para desempeñarse no sólo como buenos profesionales, sino también –y hasta podría decirse "fundamentalmente"- como buenos ciudadanos, porque llegar a ser un buen profesional no es sencillo, pero ser un buen ciudadano es bastante más complejo.

Afortunadamente, aunque no por casualidad, esta Institución es consciente de tan importante matiz.

Amigas y amigos, la responsabilidad social supone la promoción de visiones y actitudes nuevas en clave de democracia y de ciudadanía frente a los problemas que plantea el desarrollo humano.

La responsabilidad social implica sistematizar recursos humanos, materiales y económicos, para solucionar problemas que afectan a toda la sociedad y que a todos interesa resolver.

Es en ese contexto, la responsabilidad social del profesional universitario y de la Universidad en la cual ese profesional se forma como profesional y como ciudadano, que adquieren una especial trascendencia que sin duda podría expresarse con varias palabras, pero que yo, en la imposibilidad de mencionarlas todas, las expresaré en un vocablo que además creo también especialmente indicado para esta circunstancia: educación.

Amigas y amigos, existe cierto estereotipo según el cual vivimos para educarnos, nos educamos para trabajar y trabajamos para mejorar económicamente nosotros y, de paso, enriquecer la sociedad a la cual pertenecemos. No es el peor de los estereotipos, pero claramente es insuficiente.

En realidad, vivimos para mucho más que educarnos; no nos educamos sólo para acceder a un buen empleo, y no trabajamos solamente para "tener más".

En consecuencia, debemos evitar degradar la vida creyendo que todo lo que tenemos que hacer con ella es educarnos; tenemos que cuidarnos de no limitar la educación a una capacitación para el empleo; y no debemos caer en el error de confundir trabajo con poder adquisitivo. En otras palabras: tenemos que razonar la vida.

Y digo "tenemos que razonar la vida" pues si bien el ser humano es ante todo un ser racional, la razón no es un don ni es un regalo, la razón es un logro social posibilitado por capacidades naturales y evolutivas.

Para ese logro es claro que la educación es fundamental, y consecuentemente, también son fundamentales las instituciones educativas.

Como bien señala el filósofo español Fernando Savater: hay que educar para la razón.

Educar para la razón –desde nuestro muy modesto punto de vista- no es reducir la educación a una transmisión de información, entre otras razones porque la información es tan amplia, cambia tanto y existen tantas formas de acceder a ella, que sería absurdo que la función educativa fuera simplemente transmitir contenidos educativos.

Si algo tiene que transmitir, y por cierto que tiene que transmitir, la educación, son pautas para analizar la información disponible, y para asumir los límites del conocimiento.

Educar para la razón no es reducirla a un "saber hacer", hay que saber hacer, pero también hay que saber para qué se hace lo que se hace, y no hacerlo creyendo que el fin justifica los medios.

En un excelente libro titulado provocativamente "Los bastardos de Voltaire" el historiador, novelista y ensayista canadiense John Ralston Saul señala que los tecnócratas de nuestro tiempo se creen herederos de la Edad de la Razón, pero en realidad son incapaces de comprender por qué sus talentos no producen los resultados buscados. Saben mucho sobre muy poco y su visión abstracta y distante de la sociedad humana tampoco les permite comprender los procesos históricos.

Son esclavos del dogma y, en el mejor de los casos, mercenarios del poder de quienes los contratan.

Educar para la razón es educar desde el humanismo.

Yo, que como médico oncólogo y radioterapeuta tengo una formación científica, me asombro y me entristezco cuando oigo a gente supuestamente experta en asuntos educativas oponer las asignaturas humanísticas a las científicas. Como si la ciencia no fuera humana. Como si a quienes se dedican a la actividad científica les estuviera prohibida la capacidad de ordenar, de relacionar, de razonar o de criticar y de sentir dentro de su área de trabajo. Y como si un músico, un historiador o un sociólogo no utilizara métodos científicos para desarrollar su labor.

Sucede que más allá de la discutible clasificación de las asignaturas entre humanistas o no humanistas, todas las asignaturas pueden y debieran ser enseñadas de un modo humanista, esto es con sensibilidad, estimulando la capacidad de ordenar, de relacionar, de reflexionar, de criticar y de insertarse profundamente en la sociedad, y en los problemas que aquejan a nuestra humanidad.

Educar para la razón es educar para el respeto, el respeto a la persona, aunque su opinión no sea compartible, porque no todas las opiniones son compartibles por el simple hecho de ser opiniones.

Ser racional no es solamente poder persuadir con argumentos, también es poder ser persuadido con argumentos.

Defender las razones propias y reconocer las ajenas forma parte, también, de la racionalidad, de la cultura y de la civilización.

Educar para la razón es educar para la libertad y la autonomía. No se trata de apostar al "vale todo" ni al aislamiento, pero está claro que quien no desarrolle la capacidad de pensar por sí mismo, de andar con sus propios pies, está irremediablemente condenado a la dependencia de los demás.

En esta perspectiva autonómica, educar significa -si se quiere- una suerte de dilema para el docente. En efecto, el docente que educa para la autonomía educa para que su alumno pueda prescindir de él y pueda superarlo.

En cierta forma es desgarrador, pero el docente que no pretende ser imprescindible, el que educa para la autonomía, es el mejor docente. El que hace lo contrario podrá jubilarse de gurú o de chamán, pero no de docente.

Educar para la razón es educar para la sociedad y para la democracia. Para la sociedad en un doble sentido, porque educar supone un proceso social que, valga la redundancia, ha de implicar a la sociedad toda.

Para la democracia como forma de gobierno, por supuesto; pero también para la democracia como impulso humano y como estado de la sociedad.

La democracia no se protege con limitaciones, se protege con mujeres y hombres educados, autónomos, protagonistas de sus propias vidas y conscientes de sus derechos y responsabilidades como ciudadanos.

Y aquí volvemos a lo que dijéramos anteriormente: lograr un título universitario es relativamente sencillo, comparado con la tarea de asumir cotidianamente los derechos y responsabilidades ciudadanas.

Se cuenta que hay un personaje contemporáneo que obtuvo su diploma de profesional universitario, como ingeniero en universidades de los Estados Unidos de Norteamérica, parece que fue muy buen estudiante, y un inteligente profesional, para la maldad, pues es un mal ciudadano del mundo, y se llama Bin Laden.

Hay quienes sin ser universitarios son excelentes ciudadanos, y hay pésimos ciudadanos en cuyos despachos cuelgan diplomas de prestigiosas universidades.

Amigas y amigos, hay que educar para el Uruguay. Tenemos que educar para el desarrollo productivo de nuestro país, y para el bienestar de toda su población, fundamentalmente para la de los más necesitados.

No partimos de cero, hemos recorrido como país bastante, pero aún tenemos un largo camino para recorrer.

Y en este camino, como bien decía días atrás la señora Ministra de Defensa Nacional, no hay elegidos, todos somos caminantes. Todos, cada uno desde su propia identidad y desde sus respectivas competencias y responsabilidades, tenemos que aportar en la construcción de nuestra nación, porque las naciones son tradición y proyecto; son el legado de un pasado común y la visión de un futuro compartido; son lo que sus hijos –generación tras generación- sueñan y hacen para convertir esos sueños en realidad.

El Uruguay actual necesita proyectarse a sí mismo en términos de mediano y largo plazo. Esa es una de nuestras tareas: pensar el Uruguay que queremos y podemos construir entre todos y para todos, sin exclusiones de ningún tipo.

En esa tarea las universidades, y entre ellas esta Universidad Católica "Dámaso Antonio Larrañaga", tienen un papel importantísimo a desempeñar como formadoras de profesionales, creadoras de conocimiento, defensoras de valores morales y ámbitos que contribuyen al estudio y comprensión pública de los problemas de interés general.

Para cumplir cabalmente sus cometidos, la Institución universitaria ha de ser rigurosa en tanto conciencia crítica de la sociedad, pero también ha de tener una rigurosa conciencia crítica respecto a sí misma.

Una Universidad crítica consigo misma, es una Universidad que no caerá en el error de confundir publicidad con información, ni información con conocimiento; que no desatenderá la gestión eficiente, pero que estimulará la creatividad y que no paralizará su acción por el pensamiento pero que tampoco actuará precipitadamente.

Una Universidad crítica consigo misma es una Universidad que no caerá en el error de excluir a alguien o de preocuparse más por sus estados de cuentas, que por generar conocimiento y ponerlo al servicio de la sociedad en su conjunto.

Una Universidad crítica consigo misma, es garantía de responsabilidad social del profesional universitario que forma, es garantía de esa institución universitaria y es garantía para la sociedad en su conjunto.

Amigas y amigos, esta intervención se ha extendido más de lo previsto. Les pido excusas por ello.

Para finalizar permítanme decirles que este vigésimo aniversario de la Universidad Católica del Uruguay, lejos de ser un punto de llegada para esta Institución es -por decirlo de alguna manera- un punto de partida de la misma hacia esa mezcla de nuevos emprendimientos y viejos objetivos que es la vida universitaria.

Pero además, el vigésimo aniversario de la UCUDAL trasciende los límites de esta Institución, y establece un mojón en la historia educativa del Uruguay y en la sociedad uruguaya en su conjunto.

Por eso mismo, y por las razones que enuncié al iniciar esta intervención, ha sido muy grato para mí compartir con ustedes este rato y estas reflexiones que, como tales, no son invulnerables, ni inmutables, ni tienen punto final.

Muchas gracias.

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