El Presidente Vázquez participó del acto
conmemorativo del vigésimo aniversario de la Universidad Católica del
Uruguay "Dámaso Antonio Larrañaga" (UCUDAL), donde disertó sobre "La
responsabilidad social del profesional universitario".
En ese contexto, dijo que "la responsabilidad social
del profesional universitario y de la Universidad en la cual el mismo se
forma como profesional y como ciudadano, adquieren una especial
trascendencia", que él expresó en un vocablo: "educación".
Vázquez dijo que como expresó el filósofo español
Fernando Savater, hay que educar para la razón; y educar para la razón
es educar desde el humanismo, para el respeto, educar para la libertad y
la autonomía, educar para la sociedad y para la democracia, hay que
educar para el Uruguay –dijo- para el desarrollo productivo de nuestro
país y para el bienestar de toda su población, agregó.
"La educación, lejos de ser un gasto, es una
inversión; es la mejor inversión que puede hacer un país que quiere
desarrollarse, porque finalmente además más que una inversión, es un
derecho de toda la población ser y recibir educación", enfatizó.
Vázquez fue condecorado con la Medalla de Oro de la
Universidad Católica del Uruguay, en conmemoración de su primera visita
a dicha casa de estudios, en su condición de Presidente.
PALABRAS DEL RECTOR DE LA UCUDAL, SACERDOTE JESUITA
ANTONIO OCAÑA, EN EL ACTO CONMEMORATIVO DEL 20º ANIVERSARIO DE DICHA
CASA DE ESTUDIOS
OCAÑA: Señor Presidente de la República, doctor
Tabaré Vázquez; Monseñor Nicolás Cotugno; Gran Canciller de la
Universidad, Padre Juan José Mosca; Gran Vice Canciller; señor
presidente de la Conferencia Episcopal; señor Nuncio, Su Santidad, y
señores Obispos aquí presentes; señor Ministro de Educación, ingeniero
Jorge Brovetto y miembros de su Cartera; señor Ministro de Industria y
Energía, Jorge Lepra; señores Subsecretarios; señores Comandantes de las
Fuerzas Armadas; señores senadores miembros de la Comisión de Educación;
señor Rector de la Universidad de la República, ingeniero Rafael Guarga,
y de la Universidad de Montevideo, doctor Mariano Brito; señores
Miembros del Cuerpo Diplomático; señores ex Ministros de Educación;
señores presidentes de Instituciones amigas de la casa, como ACDE, DERES
ó el Comité Central Israelita; autoridades académicas de nuestra
Universidad; profesores; funcionarios y alumnos; queridos amigos.
Hoy toda nuestra comunidad universitaria le agradece
a usted doctor Vázquez ésta, su presencia académica, en lo que sin duda
será el acto más significativo de todos con los que queremos celebrar
nuestro vigésimo aniversario.
Lo que hoy nos ocupa no son meras cuestiones técnicas
sobre el ejercicio de la profesión, sino un problema ético de
envergadura, que por todo lo que hemos recibido da sociedad nos afecta
especialmente a los universitarios: nuestra responsabilidad social. Este
tema es muy querido para esta casa; nuestro carácter de institución
católica encomendada a la Compañía de Jesús, nos hace tener muy presente
tanto el rico acervo de la doctrina social de la Iglesia, como la
preocupación jesuita de no separar el servicio de la fé y la promoción
de la Justicia.
Por eso nuestra Casa está vinculada de alguna forma
tanto con estudios como el Índice de Responsabilidad Social de las
Empresas, que elabora ACDE, una Institución que colaboró eficazmente en
nuestra fundación hace 20 años, como con DERES, organización de
empresarios y académicos que buscan mecanismos para fomentar la práctica
de la responsabilidad social empresarial.
En nuestra más alta declaración de intenciones,
decimos querer contribuir a la construcción de una sociedad más justa,
formando hombres y mujeres para los demás y con los demás, no sólo
altamente competentes, sino también concientes de la situación de
nuestra gente, compasivos, es decir capaces de unirse cordialmente a los
dolores y esperanzas de los más necesitados, y comprometidos con ellos.
Para sentir hay que acercarse y ver, y por eso nos
empeñamos en que nuestros alumnos hagan prácticas en los centros de
extensión, ubicados uno en el Cerrito de la Victoria y otro en el Cerro,
el barrio gemelo de ese La Teja al que usted está tan vinculado al otro
lado del Pantanoso.
Del perfil del profesional vinculado a la Universidad
Católica del Uruguay, un texto que está en muchos de nuestros muros,
dice que todos nosotros y nuestros egresados, "debemos ser compasivos y
capaces de apostarle al pobre, al desvalido y al excluido de la
sociedad". Y continúa con una frase del Superior General de los
Jesuitas, el Padre Kolvenbach: "Varones y mujeres capaces de tomar
decisiones importantes, pensando primero en las consecuencias que
tendrán esas decisiones en los pobres".
Señor Presidente: además de como profesional
universitario, nos hablará usted también desde esa suprema investidura
con la que nuestro pueblo lo ungió en las últimas elecciones. En cuanto
a tal, representa usted a la totalidad del pueblo uruguayo, y viene hoy
a subrayarnos que todos nosotros cuanto mayores son las capacidades que
vamos adquiriendo en la Universidad, debemos tener también una mayor
responsabilidad social. Por eso, su presencia entre nosotros hoy, no
sólo nos conforta en este vigésimo aniversario de nuestra fundación,
sino que también nos exige.
Gracias señor Presidente. Lo escucharemos con mucha
atención. Tiene usted la palabra.
PALABRAS DEL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA, DOCTOR
TABARÉ VÁZQUEZ, EN LA UNIVERSIDAD CATÓLICA
PRESIDENTE VÁZQUEZ: Señor Rector de la Universidad
Católica del Uruguay, Sacerdote Jesuita Antonio Ocaña; señores Obispos;
señor Nuncio Apostólico; autoridades nacionales, departamentales,
civiles y militares; docentes; alumnos y funcionarios de esta casa de
estudios; señoras y señores.
En ustedes felicito a la Universidad Católica del
Uruguay "Dámaso Antonio Larrañaga" con motivo del vigésimo aniversario
de su inauguración, y a ustedes les agradezco la invitación a participar
en esta actividad, así como vuestra presencia en la misma.
Como Presidente de la República reconozco y valoro la
importancia, la trayectoria y el compromiso de esta Institución, así
como del sector privado en el sistema educativo uruguayo.
Resalto esto pues si bien, como es de público
conocimiento, en cumplimiento de compromisos de gobierno, pero también
en coherencia con valores éticos y principios programáticos que nos
identifican, el Proyecto de Ley de Presupuesto Nacional remitido al
Poder Legislativo, asegura la asignación del 4.5% del Producto Bruto
Interno a la educación pública durante el presente período de gobierno;
además de ello tenemos bien presente que el sistema educativo uruguayo
también abarca al sector privado.
Y también tenemos presente la recomendación de UNESCO
–oportuna y acertadamente apoyada por Uruguay- tendiente a que los
países destinen el 6% de su Producto Bruto Interno a la educación en su
conjunto (pública y privada).
Destinar el 6% del PBI uruguayo a la educación de
nuestra gente es un horizonte al que no renunciamos.
Nos impulsan hacia ese horizonte razones de
principios, pero también otras tan elementales como que la educación,
lejos de ser un gasto, es una inversión. Es la mejor inversión que puede
hacer un país que quiere desarrollarse, porque finalmente además más que
una inversión, es un derecho de toda la población ser y recibir
educación.
Como Presidente de la República, entonces, me
complace este vigésimo aniversario de la Universidad Católica del
Uruguay. Pero además, como profesional y ex docente universitario, y
además como padre de un egresado de esta Institución, me reconforta
verdaderamente estar hoy aquí con todas ustedes.
Y me resulta especialmente desafiante compartir con
ustedes algunas reflexiones en torno al tema elegido para este
encuentro: la responsabilidad social del profesional universitario.
Se trata de un tema sin duda siempre vigente, ya que
todas las universidades establecen como rasgos de identidad principios y
objetivos relacionados con esa responsabilidad social.
Claro que, lamentablemente, no todas logran
efectivamente realizar tales principios y alcanzar tales objetivos.
Y es un tema además especialmente adecuado para la
circunstancia que nos convoca, porque el vigésimo aniversario de la
UCUDAL es un mojón en la trayectoria de una Institución universitaria
comprometida, desde su identidad católica en la formación de jóvenes
para desempeñarse no sólo como buenos profesionales, sino también –y
hasta podría decirse "fundamentalmente"- como buenos ciudadanos, porque
llegar a ser un buen profesional no es sencillo, pero ser un buen
ciudadano es bastante más complejo.
Afortunadamente, aunque no por casualidad, esta
Institución es consciente de tan importante matiz.
Amigas y amigos, la responsabilidad social supone la
promoción de visiones y actitudes nuevas en clave de democracia y de
ciudadanía frente a los problemas que plantea el desarrollo humano.
La responsabilidad social implica sistematizar
recursos humanos, materiales y económicos, para solucionar problemas que
afectan a toda la sociedad y que a todos interesa resolver.
Es en ese contexto, la responsabilidad social del
profesional universitario y de la Universidad en la cual ese profesional
se forma como profesional y como ciudadano, que adquieren una especial
trascendencia que sin duda podría expresarse con varias palabras, pero
que yo, en la imposibilidad de mencionarlas todas, las expresaré en un
vocablo que además creo también especialmente indicado para esta
circunstancia: educación.
Amigas y amigos, existe cierto estereotipo según el
cual vivimos para educarnos, nos educamos para trabajar y trabajamos
para mejorar económicamente nosotros y, de paso, enriquecer la sociedad
a la cual pertenecemos. No es el peor de los estereotipos, pero
claramente es insuficiente.
En realidad, vivimos para mucho más que educarnos; no
nos educamos sólo para acceder a un buen empleo, y no trabajamos
solamente para "tener más".
En consecuencia, debemos evitar degradar la vida
creyendo que todo lo que tenemos que hacer con ella es educarnos;
tenemos que cuidarnos de no limitar la educación a una capacitación para
el empleo; y no debemos caer en el error de confundir trabajo con poder
adquisitivo. En otras palabras: tenemos que razonar la vida.
Y digo "tenemos que razonar la vida" pues si bien el
ser humano es ante todo un ser racional, la razón no es un don ni es un
regalo, la razón es un logro social posibilitado por capacidades
naturales y evolutivas.
Para ese logro es claro que la educación es
fundamental, y consecuentemente, también son fundamentales las
instituciones educativas.
Como bien señala el filósofo español Fernando Savater:
hay que educar para la razón.
Educar para la razón –desde nuestro muy modesto punto
de vista- no es reducir la educación a una transmisión de información,
entre otras razones porque la información es tan amplia, cambia tanto y
existen tantas formas de acceder a ella, que sería absurdo que la
función educativa fuera simplemente transmitir contenidos educativos.
Si algo tiene que transmitir, y por cierto que tiene
que transmitir, la educación, son pautas para analizar la información
disponible, y para asumir los límites del conocimiento.
Educar para la razón no es reducirla a un "saber
hacer", hay que saber hacer, pero también hay que saber para qué se hace
lo que se hace, y no hacerlo creyendo que el fin justifica los medios.
En un excelente libro titulado provocativamente "Los
bastardos de Voltaire" el historiador, novelista y ensayista canadiense
John Ralston Saul señala que los tecnócratas de nuestro tiempo se creen
herederos de la Edad de la Razón, pero en realidad son incapaces de
comprender por qué sus talentos no producen los resultados buscados.
Saben mucho sobre muy poco y su visión abstracta y distante de la
sociedad humana tampoco les permite comprender los procesos históricos.
Son esclavos del dogma y, en el mejor de los casos,
mercenarios del poder de quienes los contratan.
Educar para la razón es educar desde el humanismo.
Yo, que como médico oncólogo y radioterapeuta tengo
una formación científica, me asombro y me entristezco cuando oigo a
gente supuestamente experta en asuntos educativas oponer las asignaturas
humanísticas a las científicas. Como si la ciencia no fuera humana. Como
si a quienes se dedican a la actividad científica les estuviera
prohibida la capacidad de ordenar, de relacionar, de razonar o de
criticar y de sentir dentro de su área de trabajo. Y como si un músico,
un historiador o un sociólogo no utilizara métodos científicos para
desarrollar su labor.
Sucede que más allá de la discutible clasificación de
las asignaturas entre humanistas o no humanistas, todas las asignaturas
pueden y debieran ser enseñadas de un modo humanista, esto es con
sensibilidad, estimulando la capacidad de ordenar, de relacionar, de
reflexionar, de criticar y de insertarse profundamente en la sociedad, y
en los problemas que aquejan a nuestra humanidad.
Educar para la razón es educar para el respeto, el
respeto a la persona, aunque su opinión no sea compartible, porque no
todas las opiniones son compartibles por el simple hecho de ser
opiniones.
Ser racional no es solamente poder persuadir con
argumentos, también es poder ser persuadido con argumentos.
Defender las razones propias y reconocer las ajenas
forma parte, también, de la racionalidad, de la cultura y de la
civilización.
Educar para la razón es educar para la libertad y la
autonomía. No se trata de apostar al "vale todo" ni al aislamiento, pero
está claro que quien no desarrolle la capacidad de pensar por sí mismo,
de andar con sus propios pies, está irremediablemente condenado a la
dependencia de los demás.
En esta perspectiva autonómica, educar significa -si
se quiere- una suerte de dilema para el docente. En efecto, el docente
que educa para la autonomía educa para que su alumno pueda prescindir de
él y pueda superarlo.
En cierta forma es desgarrador, pero el docente que
no pretende ser imprescindible, el que educa para la autonomía, es el
mejor docente. El que hace lo contrario podrá jubilarse de gurú o de
chamán, pero no de docente.
Educar para la razón es educar para la sociedad y
para la democracia. Para la sociedad en un doble sentido, porque educar
supone un proceso social que, valga la redundancia, ha de implicar a la
sociedad toda.
Para la democracia como forma de gobierno, por
supuesto; pero también para la democracia como impulso humano y como
estado de la sociedad.
La democracia no se protege con limitaciones, se
protege con mujeres y hombres educados, autónomos, protagonistas de sus
propias vidas y conscientes de sus derechos y responsabilidades como
ciudadanos.
Y aquí volvemos a lo que dijéramos anteriormente:
lograr un título universitario es relativamente sencillo, comparado con
la tarea de asumir cotidianamente los derechos y responsabilidades
ciudadanas.
Se cuenta que hay un personaje contemporáneo que
obtuvo su diploma de profesional universitario, como ingeniero en
universidades de los Estados Unidos de Norteamérica, parece que fue muy
buen estudiante, y un inteligente profesional, para la maldad, pues es
un mal ciudadano del mundo, y se llama Bin Laden.
Hay quienes sin ser universitarios son excelentes
ciudadanos, y hay pésimos ciudadanos en cuyos despachos cuelgan diplomas
de prestigiosas universidades.
Amigas y amigos, hay que educar para el Uruguay.
Tenemos que educar para el desarrollo productivo de nuestro país, y para
el bienestar de toda su población, fundamentalmente para la de los más
necesitados.
No partimos de cero, hemos recorrido como país
bastante, pero aún tenemos un largo camino para recorrer.
Y en este camino, como bien decía días atrás la
señora Ministra de Defensa Nacional, no hay elegidos, todos somos
caminantes. Todos, cada uno desde su propia identidad y desde sus
respectivas competencias y responsabilidades, tenemos que aportar en la
construcción de nuestra nación, porque las naciones son tradición y
proyecto; son el legado de un pasado común y la visión de un futuro
compartido; son lo que sus hijos –generación tras generación- sueñan y
hacen para convertir esos sueños en realidad.
El Uruguay actual necesita proyectarse a sí mismo en
términos de mediano y largo plazo. Esa es una de nuestras tareas: pensar
el Uruguay que queremos y podemos construir entre todos y para todos,
sin exclusiones de ningún tipo.
En esa tarea las universidades, y entre ellas esta
Universidad Católica "Dámaso Antonio Larrañaga", tienen un papel
importantísimo a desempeñar como formadoras de profesionales, creadoras
de conocimiento, defensoras de valores morales y ámbitos que contribuyen
al estudio y comprensión pública de los problemas de interés general.
Para cumplir cabalmente sus cometidos, la Institución
universitaria ha de ser rigurosa en tanto conciencia crítica de la
sociedad, pero también ha de tener una rigurosa conciencia crítica
respecto a sí misma.
Una Universidad crítica consigo misma, es una
Universidad que no caerá en el error de confundir publicidad con
información, ni información con conocimiento; que no desatenderá la
gestión eficiente, pero que estimulará la creatividad y que no
paralizará su acción por el pensamiento pero que tampoco actuará
precipitadamente.
Una Universidad crítica consigo misma es una
Universidad que no caerá en el error de excluir a alguien o de
preocuparse más por sus estados de cuentas, que por generar conocimiento
y ponerlo al servicio de la sociedad en su conjunto.
Una Universidad crítica consigo misma, es garantía de
responsabilidad social del profesional universitario que forma, es
garantía de esa institución universitaria y es garantía para la sociedad
en su conjunto.
Amigas y amigos, esta intervención se ha extendido
más de lo previsto. Les pido excusas por ello.
Para finalizar permítanme decirles que este vigésimo
aniversario de la Universidad Católica del Uruguay, lejos de ser un
punto de llegada para esta Institución es -por decirlo de alguna manera-
un punto de partida de la misma hacia esa mezcla de nuevos
emprendimientos y viejos objetivos que es la vida universitaria.
Pero además, el vigésimo aniversario de la UCUDAL
trasciende los límites de esta Institución, y establece un mojón en la
historia educativa del Uruguay y en la sociedad uruguaya en su conjunto.
Por eso mismo, y por las razones que enuncié al
iniciar esta intervención, ha sido muy grato para mí compartir con
ustedes este rato y estas reflexiones que, como tales, no son
invulnerables, ni inmutables, ni tienen punto final.
Muchas gracias.