PLANTAS DE CELULOSA: DOCENTES Y EGRESADOS DE QUÍMICA
PONEN LA DISCUSIÓN EN TÉRMINOS ADECUADOS
“Desde el punto de vista químico no existe ninguna
razón científica para pensar que los procesos a implementar contaminarán
el ambiente, siempre que se cumpla con el control de las emisiones de
efluentes líquidos, gaseosos y sólidos, al que las empresas se han
comprometido”, sostienen docentes y egresados de la Facultad de Química
de la Universidad de la República.
En una “Carta abierta a la
sociedad uruguaya”, documento elaborado y firmado por destacados
docentes y profesionales de la Facultad de Química, de la Universidad de
la República de nuestro país, los técnicos uruguayos expresan su
convencimiento de que las plantas de celulosa a instalarse contaminarán
dependiendo “exclusivamente del control que se realicen sobre las
actividades potencialmente contaminantes”.
La carta clarifica los aspectos
técnicos, dando cuenta además de aspectos contaminantes a los cuales nos
enfrentamos diariamente en las ciudades, señalando que “la obtención de
celulosa no es necesariamente un proceso contaminante”.
Los expertos destacan que “no es
cierto que la tecnología que será intalada en Uruguay haya sido
desechada por la Unión Europea”; así como que “no es cierto que a partir
de 2007 no se permitirán industrias con proceso ECF en la Unión Europea,
sino que las que no se permitirán serán plantas que usen el proceso de
cloro elemental, como las que hoy existen en Argentina”; se expresa que
“no es cierto que se arrojarán al río Uruguay contaminantes orgánicos
clorados bioacumulables en cantidades significativas”; asimismo subrayan
que “las empresas se han comprometido a que sólo haya un aumento de un
doscientosavo (1/200) de los productos clorados (AOX) que actualmente se
liberan por la acción de la potabilización del agua para consumo humano
en Fray Bentos con cloro”.
TEXTO DE “CARTA ABIERTA A LA
SOCIEDAD URUGUAYA”
“El conflicto por las plantas de
celulosa a instalarse en las inmediaciones de Fray Bentos ha crecido
desmesuradamente. Los abajo firmantes, docentes de la Facultad de
Química de la Universidad de la República y profesionales de la Química,
queremos ayudar a poner la discusión en términos adecuados, clarificando
los aspectos técnicos que no deberían ser objeto de controversia.
Como ciudadanos de este país
tenemos nuestra opinión sobre todo el proceso, que no sólo abarca
aspectos técnicos de Química e Ingeniería Química, sino de otras
ciencias duras como la Biología, las Ciencias de la Tierra o la
Agronomía. Los técnicos en esas materias podrán opinar con conocimiento
de causa y estudiar el impacto del monocultivo forestal, el eventual
desecamiento o la contaminación de las napas freáticas, para determinar
que hay de mito o realidad. Los estudios científicos del impacto sobre
la flora y la fauna, de la absorción de contaminantes por los suelos,
etcétera, deberán ser llevados adelante por colegas de varias ramas.
Aspectos como los eventuales fenómenos migratorios, la afectación
forestal de tierras que podrían tener otros destinos, la sustitución
productiva, el impacto en el turismo regional tienen que ver con la
Sociología y la Economía. Estos problemas, junto con los aspectos
políticos, históricos y diplomáticos, son argumentables y sobre ellos es
difícil tener datos concretos, apenas contamos con opiniones. Sobre
estos temas nuestra opinión tiene el mismo valor que la de cualquier
ciudadano informado de nuestra República. Nos limitaremos a exponer los
puntos relacionados a los procesos químicos de la industria papelera que
están corroborados científicamente y que entendemos que deben quedar
bien claros.
Uno de los aspectos claves que se
discuten acaloradamente es si las plantas contaminan o no contaminan. Se
define como contaminación a la liberación en el medio ambiente de
agentes físicos, químicos o biológicos, en forma y concentración tal,
que tengan efectos nocivos para la salud humana, vegetal o animal.
También se incluyen en esta definición a los agentes que, sin ser
contaminantes, puedan sufrir transformaciones que los hagan
contaminantes y también a aquéllos que, sin tener los efectos nocivos
antedichos, impidan el pleno goce de las condiciones confortables de
vida en el hábitat usual del ser humano. Contaminantes son, entonces, el
ruido excesivo, el humo del cigarrillo, los gases de la combustión
(tanto de los motores de los automóviles u ómnibus como de los asados
domésticos), el uso excesivo de agentes químicos oxidantes tales como el
cloro que se agrega al agua potable o el hipoclorito que se emplea para
limpiar los inodoros, las bolsas y envases de plástico no degradables,
los metales pesados como el cromo o el plomo provenientes de diversas
industrias, la obtención de energía eléctrica por todos los métodos, las
pilas y baterías usadas, cantidades excesivas de desechos orgánicos
biodegradables, las computadoras viejas, los correos electrónicos no
deseados, los efluentes de las cloacas y, probablemente, un porcentaje
importante de los subproductos de toda actividad humana. La
contaminación es inherente a la transformación del medio ambiente
causada por la presencia del ser humano en números millonarios, y no
puede eliminarse completamente sin retroceder a estadios muy anteriores
al de la civilización actual, en que la vida era brutal, sucia y breve.
Sin embargo, es posible controlar los agentes contaminantes de forma que
la perturbación en el ecosistema sea lo suficientemente pequeña como
para poder llegar a un nuevo equilibrio estable que no difiera
sustancialmente del anterior.
La fabricación de papel requiere
celulosa. La obtención de celulosa no es necesariamente un proceso
contaminante. De hecho, se puede obtener papel sin tratamiento químico
si se está dispuesto a no destruir la lignina, el material que acompaña
siempre a la celulosa en la madera, y que le da el color amarronado al
papel obtenido en forma “mecánica”. La obtención de papel blanco implica
un tratamiento químico que destruya la lignina y eso sólo se puede hacer
con procedimientos que, de una forma u otra, pueden afectar el medio
ambiente. Un ejemplo de lo que pasa cuando no se elimina completamente
la lignina se puede ver con el papel de diario, que con el paso del
tiempo adquiere una tonalidad sepia. Por supuesto, podría reducirse la
contaminación si se redujera al mínimo imprescindible el uso de nuevo
papel blanco. Con la tecnología actual, es posible reciclar hasta 3 o 4
veces la celulosa del papel usado, pero el consumo de papel virgen
aumenta en el orden de un 20 a 40% anualmente, lo que deja en evidencia
que, como con muchas otras cosas, somos nosotros mismos los causantes de
nuestros propios males.
El procedimiento de blanqueado de
papel implica romper moléculas orgánicas complejas (ligninas). Para ello
es necesario emplear sustancias químicas oxidantes que pueden ser, por
ejemplo, cloro elemental, dióxido de cloro, ozono, peróxido de
hidrógeno, ciertos percloratos, varias enzimas y algunos compuestos
complejos de metales tales como el hierro. La destrucción de colorantes
con estas metodologías es bien conocida a nivel doméstico, como saben
todas las personas a las que se les “mancha” la ropa con Agua Jane, o
que se aclaran el cabello con agua oxigenada. Existen dos procesos
tecnológicos modernos que se emplean para producir celulosa: ECF (Libre
de Cloro Elemental) y TCF (Totalmente Libre de Cloro). Ambos se definen
por referencia al proceso más antiguo que empleaba cloro libre elemental
y que aún hoy se emplea en un 20% de las fábricas de celulosa del mundo,
incluyendo las plantas de Papel Misionero y Celulosa Puerto Piray, ambas
en la provincia de Misiones (Argentina), y que descargan sus efluentes
en el río Paraná. Un 75% de la celulosa producida en el mundo se obtiene
por el proceso ECF, que no emplea cloro elemental sino dióxido de cloro,
molécula que tiene dos átomos de oxígeno y uno de cloro y que produce
sus efectos fundamentalmente por la acción del oxígeno y no del cloro.
Alrededor del 5-6% de la celulosa se produce por el método TCF, que no
emplea cloro en ninguna etapa del proceso y que usa sólo peróxido de
hidrógeno para la destrucción de la lignina. El peróxido de hidrógeno y
el dióxido de cloro producen sus efectos por un mecanismo similar, que
involucra a los dos átomos de oxígeno, pero el peróxido de hidrógeno no
deja residuos potencialmente contaminantes. De hecho, en los procesos
ECF modernos el tratamiento con dióxido de cloro es precedido con un
tratamiento con peróxido de hidrógeno, disminuyendo los requerimientos
del agente clorado. Ninguna de estas dos tecnologías es necesariamente
contaminante, pero ambas tienen potencial para contaminar. El método TCF
tiene la desventaja de producir celulosa de fibras más cortas, y por eso
el papel TCF usado puede reciclarse menos veces que el papel proveniente
del método ECF. Por lo tanto, termina siendo potencialmente tan
contaminante como el ECF, ya que requiere consumir más árboles para
cubrir la misma demanda de papel. El proceso TCF elimina mejor la
lignina que el ECF, aunque nuevas investigaciones han mejorado esto, y
hoy se consigue papel casi de la misma calidad con ambos procesos, desde
el punto de vista de la blancura, no de la reciclabilidad. El método TCF
produce un 12% más de gases de efecto invernadero que el método ECF,
requiere un 10% más de combustible fósil y requiere un 11% más de madera
para producir la misma cantidad de papel. Si todas las fábricas que hoy
usan el proceso ECF fueran convertidas a TCF, se calcula que se
necesitaría unos 67 millones más de árboles por año para mantener la
producción actual de papel. Todos estos aspectos pueden ser
perfectamente resueltos con más investigación y más inversiones, y en
ello se trabaja en muchos laboratorios del mundo. Pero no debe
descartarse el método ECF porque use cloro, ya que no es el elemento
reactivo en el proceso. La sal de cocina tiene un 60% de cloro y eso no
la hace nociva. Otro limitante importante, por supuesto, es el
económico. Cuesta aproximadamente US$ 724 fabricar una tonelada de pulpa
TCF y US$ 690 una tonelada de pulpa ECF, lo que redunda en un papel más
caro y, consecuentemente, en un menor mercado (ya que sólo alcanza a los
consumidores que aceptan pagar más por un producto que consideran
ecológicamente más satisfactorio). Actualmente, la mayor parte del papel
TCF se vende en Alemania y el año pasado cerró sus operaciones TCF una
planta sueca que lo empleaba, justamente porque el mercado alemán se
contrajo mucho y ya no hay clientes dispuestos a pagar el precio de ese
tipo de papel.
La mala reputación de la industria
del papel (o, mejor dicho, de la producción de celulosa) es merecida.
Sólo la presión social ha conseguido que la industria se mueva en una
dirección adecuada y en el presente conviven dos teorías. La teoría con
menos adeptos propone reducir al mínimo los eventuales daños ambientales
dejando el cloro completamente de lado y empleando el método TCF. Esta
alternativa es la favorecida por Greenpeace. Al mismo tiempo, se debe
operar en un ciclo cerrado, de forma que los efluentes no se viertan al
medio. La teoría más aceptada propone emplear la metodología ECF y
combinarla con un tratamiento de los efluentes sólidos, líquidos y
gaseosos, de forma que el 95% de los contaminantes potenciales nunca
lleguen al medio. En las plantas ECF modernas, los desechos sólidos se
queman en la caldera, lo que permite conseguir energía (incluso en
exceso, que se puede vender) y recuperar gran parte de los productos
químicos empleados en el proceso, lo que hace que la ecuación económica
cierre. Así, la garantía de la buena operación del proceso no sólo
depende de la buena fe de las industrias y de quienes las controlen,
sino también del hecho de que el proceso mal desarrollado sería
demasiado costoso.
La conclusión unánime en todo el
mundo es que los procesos ECF y TCF tienen niveles similares de
producción de posibles contaminantes, siempre que se tomen las medidas
adecuadas de tratamiento de los efluentes. Ninguna de las dos
metodologías produce policloro dioxinas o policloro dibenzofuranos en
cantidades detectables. Esto quiere decir que producirán menos de una
parte por trillón, que es el límite de detección. Por esto, no
representan ningún riesgo cancerígeno ni teratogénico adicional al
producido por la quema de leña, madera de monte o combustibles fósiles
en las condiciones actuales. La producción total de AOX (Halogenuros
Orgánicos Absorbibles) comprometida luego del tratamiento de efluentes
para la planta de Botnia es de 0,05 g/tonelada, por lo que, estimando
una producción de 1.000.000 toneladas anuales, nos da un valor de 1,6 mg
de AOX por segundo, a diluir en un caudal mínimo del Río Uruguay de 2000
m3/s. Esto da una concentración máxima de AOX de 0,00000000008 gramos
por litro en las condiciones más desfavorables de caudal del río, lo que
no es una amenaza a la salud. Más aún, estos AOX no son policlorados y
no contienen dioxinas. Ambos procesos están aceptados actualmente en
USA, en Europa y en Australia, país que en el 2005 completó un largo
proceso relacionado con la instalación de una planta similar a las que
se van a instalar en Uruguay y similar a una instalada en Alemania en
2005. No es cierto que la tecnología que será instalada en el Uruguay
haya sido desechada por la Unión Europea, ya que la Directiva 96/61/CE
del 24 de Septiembre de 1996, relativa a la prevención y control
integrado de la contaminación, acepta que ambos procesos son las mejores
tecnologías disponibles, en un pie de igualdad. No es cierto que a
partir de 2007 no se permitirán industrias con proceso ECF en la Unión
Europea, sino que las que no se permitirán serán plantas que usen el
proceso con cloro elemental (como las que hoy existen en Argentina). No
es cierto que se arrojarán al río Uruguay contaminantes orgánicos
clorados bioacumulables en cantidades significativas. Las empresas se
han comprometido a que sólo haya un aumento de un doscientosavo (1/200)
de los productos clorados (AOX) que actualmente se liberan por la acción
de la potabilización del agua para consumo humano en Fray Bentos con
cloro. No es cierto que no habrá tratamiento del nitrógeno y fósforo y
que ellos serán liberados en el río, sino que los productos químicos que
producen eutroficación serán sometidos a tratamiento biológico en barros
activados, lo mismo que las sustancias químicas que consumen oxígeno (BOD
y COD).
En resumen, desde el punto de
vista químico, no existe ninguna razón científica para pensar que los
procesos a implementar contaminarán el ambiente, siempre que se cumpla
con el control de las emisiones de efluentes líquidos, gaseosos y
sólidos, al que las empresas se han comprometido. Existe suficiente
información química disponible públicamente en el sitio web de la
Dirección Nacional de Medio Ambiente, en el propio sitio de Botnia, y en
el sitio de Amigos de la Tierra (Friends of the Earth). En particular,
esta organización ecologista concluye que “La complejidad del tema del
papel significa que es difícil arribar a conclusiones firmes. Toda la
fabricación de papel causa daño al medio ambiente y en la mayoría de los
casos, los factores determinantes en el desempeño ambiental de una
planta de pulpa no son el proceso, el tipo de papel o la fuente de la
fibra, sino el lugar en que se ubiquen, las prácticas de la fábrica y
del operador de la planta. Por lo tanto, tratar de calificar los
productos de papel o las técnicas de producción en términos de cierta
forma de jerarquía de desempeño ambiental, basándose únicamente en el
proceso de manufactura, es extremadamente difícil”.
Finalmente, queremos enfatizar que
los técnicos egresados de la Universidad de la República que han
participado del estudio de impacto ambiental de las empresas nos merecen
el mayor de los respetos. Desacreditar a la ligera los estudios
matemáticos, físicos, químicos y biológicos realizados por estos colegas
nos parece una temeridad basada en cálculos y predicciones erróneas,
ignorantes o tendenciosas.
Como conclusión, queremos expresar
nuevamente nuestro convencimiento de que las plantas a instalarse
contaminarán o no dependiendo exclusivamente del control que se realice
sobre las actividades potencialmente contaminantes. Desde este punto de
vista, es necesario que las autoridades nacionales sean conscientes de
los riesgos y tomen las precauciones adecuadas para que cumplan las
promesas efectuadas sobre el tratamiento de efluentes y la adopción de
las mejores tecnologías disponibles para todo el proceso de producción,
tanto en el momento inicial como con el proceso en régimen. Sólo así se
podrá asegurar que los riesgos de contaminación, que efectivamente
existen, puedan minimizarse de forma responsable. Nosotros confiamos en
que las empresas mantendrán la palabra empeñada, pero más aún confiamos
en que las autoridades de la República dotarán de los recursos humanos y
materiales necesarios a los organismos de control correspondientes como
para que el proceso sea conducido con la seriedad que el tema merece y
monitoreado de la forma más exhaustiva posible.
Nos lo debemos a nosotros mismos”. |