VÁZQUEZ ANUNCIÓ PRÓXIMO PLAN DE EQUIDAD SOCIAL
El Presidente Vázquez anunció este viernes que un
equipo experto está trabajando en la instrumentación de un Plan de
Equidad Social que comenzará a ejecutarse en el segundo semestre de 2007
-“después del Plan de Emergencia”, dijo- con el objetivo de continuar
abatiendo las situaciones de pobreza y desamparo social vigentes en la
comunidad uruguaya.
El Primer Mandatario
volvió a condenar estos males y enfatizó en que “su parte más dolorosa”
es la secuela de discriminación y exclusión”, para señalar que “cuenta
con Tacurú” para que ese Plan de Equidad tenga el aporte de quienes ya
tienen amplia experiencia en procurar la inserción de los jóvenes.
Las palabras del Presidente de la
República tuvieron lugar en el acto celebratorio del 25º aniversario del
Movimiento Tacurú, que se desarrolló en la Torre de los Profesionales
con la presencia además del Inspector General de la Sociedad San
Francisco de Sales, Padre Juan Algorta; del trabajador social y ex
director de Tacurú, Padre Mateo Méndez; y el actual titular del
Movimiento, Padre Pedro Incio.
La ceremonia marcó, a
la vez, el comienzo de un seminario sobre estrategias y acciones para la
inserción laboral de jóvenes procedentes de contextos de vulnerabilidad
social. Por ese motivo se hicieron también presentes numerosos
educadores, asistentes y otros actores sociales que participaron en los
distintos paneles de trabajo.
PALABRAS DEL
PRESIDENTE DE LA REPUBLICA, TABARE VAZQUEZ, EN EL ACTO CELEBRATORIO DEL
25º ANIVERSARIO DEL MOVIMIENTO TACURU
PRESIDENTE VAZQUEZ: Muy
buenos días para todos ustedes. Hermoso día, que marca. el inicio de una
nueva estación en nuestra región, en nuestro país. Es el inicio de la
primavera, la estación de la explosión de la vida y quiero reconocer que
amamos profundamente la vida. Así que en este espléndido día quiero
decir que para mí un honor, un gusto enorme estar con ustedes, con todos
ustedes, darles la más cordial de las bienvenidas a quienes nos visitan,
desearles que estén como en su propia casa, se sientan recibidos con
todo el cariño y el aprecio que el pueblo uruguayo sabe a dar a quienes
nos vienen a visitar, y decir también que no es con poca emoción que
encaramos la presentación, en la mañana de hoy, de estas pocas palabras
que vamos a trasmitirles a todos ustedes en nombre del Gobierno Nacional
y en nombre mío propio.
Padre Pedro Incio,
Director General del Movimiento Tacurú; licenciada Andrea Bentancor,
Coordinadora General del Proyecto para el Fortalecimiento de las Areas
Formativas y Productivas del Movimiento Tacurú; estimados panelistas,
amigas y amigos.
En primer lugar lo
primero es lo primero y lo primero es decir gracias, muchas gracias por
permitirme compartir este momento con todos ustedes.
En segundo término,
felicitaciones. Felicitaciones al Movimiento Tacurú por su difíciles
pero fructíferos 25 años de vida. Porque la vida es precisamente eso:
una aventura cotidiana, casi nunca fácil, a veces angustiante, pero
siempre, sin duda hermosa. Hermosa en lo que tiene de don divino para
unos, de don de la naturaleza para otros y de desafío para todos
nosotros.
Y en tercer lugar,
nuestro reconocimiento al acierto de realizar en el contexto de este
aniversario un seminario sobre estrategias para la restitución de
derechos en contextos de vulnerabilidad social.
Muy modestamente, y si
usted me permiten, apenas haría una precisión a título de este
encuentro. Vista la realidad a considerar, en algunos aspectos de la
misma, más que restituir derechos hay que instituir derechos. Tal es la
pobreza y el desamparo social que padecen no pocos de nuestros
semejantes.
Amigas y amigos, como
ustedes saben muy bien, la realidad nunca es en blanco o negro, siempre
presenta matices y contrastes. Permítanme, entonces, mencionar dos
contrastes bastante nítidos en el Uruguay de nuestros días. Uno, es el
contraste entre la consolidación de los derechos democráticos y otro el
efectivo ejercicio de los derechos sociales, económicos y culturales. En
otras palabras: los uruguayos por cierto no cuestionamos la democracia
como sistema político. Por el contrario, hemos hecho muchos esfuerzos y
no pocos sacrificios para recuperarla cuando la perdimos y mejorarla
cuando la recuperamos.
Pero los hechos
cuestionan indudablemente la calidad de la misma, la capacidad del
ejercicio democrático. Los hechos cuestionan la capacidad del Estado y
de la sociedad para que en la práctica los derechos sociales, económicos
y culturales establecidos en los textos sean realidad en esa vida
cotidiana de nuestra gente.
Se ha ganado sin duda
en democracia política, felizmente. Sin duda estamos profundizando la
misma, pero aún falta generar más ciudadanía, más actividad
participativa de los ciudadanos en este proceso democrático.
El otro contraste al
que quisiera referirme esta determinado por la relación entre el gasto
social así llamado y la pobreza. Una precisión previa: aunque sé que la
expresión “gasto social” es técnicamente correcta, en realidad debo
confesarlo, a mí no me agrada. Atender los derechos y necesidades de la
sociedad no es un gasto: es una inversión y si ustedes quieren es un
derecho que tiende a la sociedad de ser como corresponde atendida. Hecha
esta salvedad, digamos lo que ya sabemos que aunque el Uruguay es uno de
los países que registra mayor gasto social en América Latina:
aproximadamente el 70% del presupuesto del Estado y el 23% del Producto
Bruto Interno. A pesar de ello, aún está lejos; bastante lejos, de ganar
la batalla contra la pobreza y la desigualdad.
Y ustedes se
preguntarán a qué se deben tan magros resultados. ¿Porqué, según un
estudio realizado por el Banco Mundial en el año 2003, nuestro país,
siendo probablemente el menos desigual de América Latina, presenta una
desigualdad mayor que el más desigual de los países de Europa Oriental?
La respuesta a tales interrogantes está determinada por varios factores.
Entre ellos, a que tan importante cómo cuánto se gasta, es cómo se
gasta.
Observando la evolución
del gasto social del Uruguay en los últimos veinte años, es notorio que
el país hizo, más allá de aciertos -que por cierto admitimos- y errores
sobre los que no queremos pasar factura, un enorme esfuerzo para
proteger a los sectores de mayor edad de la sociedad se ha llevado o se
ha intentado llevar adelante. Y está bien, que así haya sido.
Por supuesto, que
nuestros mayores tienen derecho a vivir dignamente. Ese esfuerzo,
marcado y fundamental, se centró entonces sobre los sectores de mayor
edad de la sociedad uruguaya, y los resultados los podemos ver hoy en
día.
Eso está bien. Sin duda
que está bien. Pero lo que no está bien es haber desatendido a los
sectores más jóvenes de la sociedad, como si ellos acaso no tuvieran
también derecho a ser atendidos. Y los resultados entonces no se
hicieron esperar. Los resultados están a la vista. Hoy, mientras el 10%
de los uruguayos mayores de 65 años son pobres -lo cual es grave por
cierto- alrededor del 50% de los uruguayos menores de 18 años vive en
condiciones de pobreza o aún indigencia.
Y decimos viven, porque
en realidad, no quisiéramos utilizar el término de sobrevivencia. Las
consecuencia de esos resultados también están a la vista. No es
necesario que yo se las explique, pues ustedes las conocen
profundamente: son los limpiaparabrisas en las esquinas, los que viven
en situación de calle, los que no estudian ni trabajan, los excluidos,
los infractores que, cansados de ser niños marginados, cuando dejaron de
ser niños decidieron acceder como fuera, de cualquier manera, al perfume
o a la bebida que, según el bombardeo mediático, los haga felices, ricos
y famosos.
Y si los niños y los
jóvenes son no sólo el presente, sino fundamentalmente el futuro del
país, ¿qué futuro tiene el país? Muchas veces nos hemos preguntado y
cuestionado, cuando nos planteamos qué Uruguay le queremos dejar a
nuestros hijos, si no deberíamos cambiar este concepto, porque... qué
hijos le debemos dejar a nuestro Uruguay.
Pero ya lo dijimos: la
realidad no es unilateral. tiene lados oscuros, como esta pobreza con
rostro juvenil, pero también debemos reconocer que tiene lados
luminosos, como el que Tacurú ha ido descubriendo a lo largo de 25 años
con sus programas de educación para el trabajo e inserción laboral para
jóvenes.
Conozco la labor de
Tacurú, como lo decía la señora Blanca Rodríguez. La conozco por razones
familiares, por razones profesionales, comunales e institucionales.
Recuerdo con mucho
afecto en el plano comunal -cuando nos tocó actuar como intendente de
Montevideo- las perseverantes gestiones del Padre Mateo, para concretar
el convenio entre la Intendencia Municipal y Tacurú. Había días que se
instalaba en el corredor del segundo piso, del Intendente y de la
secretaría y allí sitiaba por horas y horas nuestros frente al despacho
despachos. ¿Verdad, Selva? Nos acompañaba Selva Braselli.
Pero era una
perseverancia sin duda producto de su convicción en lo que estaba
haciendo y de su comprometida solidaridad con los indigentes. Desde cada
una de estas perspectivas, entonces, y en la medida de mis convicciones,
responsabilidades y posibilidades, hemos intentado aportar a este
proyecto y a otros similares, como aportan muchos y como también muchos
aportamos, como decía, a otros emprendimientos.
Con esto les quiero
decir que no están solos y que todos tenemos tareas y responsabilidades.
El gobierno la suya, por supuesto. Y respecto a ella, entonces, quiero
compartir con ustedes, si me permiten, algunas consideraciones. Tal vez
no es una definición demasiado política ni académica, pero nosotros
entendemos el acto de gobernar como un acto para acompañar a la gente,
para protegerla a lo largo de la vida. A toda la gente, durante toda la
vida, desde su concepción. Y ante alrededor de trescientos mil
compatriotas en situación de pobreza extrema, ¿acaso podíamos ser
indiferentes o no actuar de inmediato? Es por eso que instrumentamos el
Plan de Emergencia. Ojalá no hubiera sido necesario instrumentarlo, pero
la realidad es la realidad y de nada sirve negarla, quejarse o pelearse
con ella.
¿Que el Plan de
Emergencia no es perfecto? ¿Que hubo imprevisiones en su diseño y
desajustes en su instrumentación, que tiene limitaciones y carencias,
que pudo ser mejor? Claro que sí, nos hacemos cargo de ese déficit. Pero
como bien expresa el poeta y músico panameño Ruben Blades, en una de sus
más hermosas canciones, “fácil es juzgar la noche al otro día”.
El Plan de Emergencia
es limitado. Limitado en la población que atiende, en los programas que
lo componen y en los objetivos que busca, así como en su duración. Y
entonces todos nos preguntaremos: y después, ¿qué? Después qué, porque
la pobreza sigue. Ha disminuido, pero está en cifras muy altas. Bueno,
después ya lo anunciamos en la reunión pública del Consejo de Ministros
realizada el 31 de marzo pasado en la ciudad de Salto. Después del plan
de Emergencia, el Plan de Equidad: equidad de género, equidad intra e
intergeneracional, equidad social y equidad territorial. Porque los
uruguayos no solamente tenemos que ser solidarios. También tenemos que
ser iguales en todas las circunstancias: iguales ante la ley, pero sobre
todo iguales ante la vida.
Amigas y amigos,
estamos precisamente en la fase preparatoria de este plan de equidad. Un
equipo técnico e interministerial está preparando una propuesta que en
breve será considerada por el Consejo de Ministros. Con los ajustes que
corresponda, el plan de equidad comenzará a ser ejecutado en el segundo
semestre del año 2007. Sería prematuro entonces anunciar hoy detalles de
un plan que se está elaborando.
Sin perjuicio de ello y
teniendo en cuenta la temática de este seminario, así como la
experiencia y el compromiso del movimiento Tacurú, quiero decirles que
en el contexto de dicho plan contamos con ustedes para impulsar
programas de formación e inserción laboral en jóvenes, porque el plan de
equidad no será un plan de tal o cual ministerio ni del gobierno
exclusivamente, será un plan de fuerte impronta ciudadana y tendrá que
aflorar en todo su esplendor el magnífico concepto y adhesión a la
solidaridad que tiene el pueblo uruguayo.
Fuerte impronta
ciudadana, ciudadanía que no se decreta ni se da, ni se espera. Es
ciudadanía que se construye día a día y entre todos; ciudadanía que no
se limita a ser mayor de 18 años y tener una credencial para usar cada
cinco; ciudadanía que implica un sistema de derechos y de
responsabilidades y entre los derechos, el derecho a la educación y al
trabajo como claves de integración social, las dos más formidables
herramientas de políticas sociales que puede tener un país: la educación
y el trabajo, porque a los jóvenes y especialmente a los jóvenes en
situación de pobreza no solamente hay que asistirlos y protegerlos en
materia de nutrición, salud, escolaridad, etc., sino que además hay que
reconocerlos, respetarlos e integrarlos como sujetos que no solamente
tienen el derecho a vivir dignamente, sino que además tienen el derecho
y la responsabilidad de vivir en sociedad, no excluidos.
Para decirlo con otras
palabras y muy esquemáticamente:
Uno: creemos que no hay
que estigmatizar la asistencia. La asistencia no es una limosna que
engrandece a quien la da y humilla a quien la recibe. La asistencia es
un derecho de quien la necesita y una responsabilidad de la sociedad en
su conjunto, y hay que entender la protección como un entramado de
intervenciones públicas destinadas a disminuir el riesgo y aumentar el
bienestar social. La protección responde -si se me permite usar estas
expresiones- a una visión holística, englobadora y homeostática,
equilibradora de la organización y el funcionamiento de la sociedad.
Y dos: creemos que no
basta con asistir y proteger en término de alimentación, salud,
vivienda, etcétera.
La pobreza y el
desamparo social -al menos en mi modesta opinión- no se expresan
solamente en desnutrición, analfabetismo o desocupación. Se expresa
también en discriminación, estigmatización, incertidumbre y falta de
esperanza. Es, sin duda, una dimensión poco visible pero muy dolorosa de
la pobreza. Tal vez y sin tal vez, la más dolorosa.
Y la única forma de abordar y
superar esa dimensión intangible pero sustantible (sic) de la pobreza y
del desamparo, es instrumentar políticas sociales activas, ya no
solamente efectivas en términos materiales sino también respetuosas de
la persona -para decirlo con palabras de las antropólogas chilenas
Francisca Márquez y Clarisa Hardy- respetuosas de su dignidad
individual; respetuosas de los derechos y responsabilidades de cada uno
en tanto miembro de una comunidad. Políticas basadas en el
reconocimiento al otro como un semejante cuya presencia nos importa,
porque lo que el ser humano finalmente revindica pues es innato a su
propia naturaleza, a nuestra naturaleza: no es solamente vivir, sino
también vivir en sociedad y vivir con dignidad. Y en esto también,
reitero, tenemos mucho por hacer y debemos hacerlo paso a paso y entre
todos. Muchas gracias. |