26/09/2000

BATLLE RECLAMO OTRA VEZ LA LIBERTAD DE COMERCIO PARA ABATIR LA POBREZA

Con una sentida invocación a los fuertes vínculos de Artigas con el Paraguay, el Presidente de la República llamó hoy a la integración latinoamericana y apuntó a tomar ejemplos puntuales de la Unión Europea. Hablando ante la Cámara de Diputados del Paraguay -que sesionó en su honor- el Dr. Jorge Batlle volvió a pedir, a los países desarrollados, libertad de comercio "para abatir la pobreza". Reiteradamente aplaudido, Batlle dijo lo siguiente ante ese auditorio.

Señoras y señores miembros integrantes del Parlamento de la hermana República del Paraguay:

Es difícil para mí hacer uso de la palabra pese a que ya cargo años en estas actividades. Esto que significa, para un uruguayo, no para el Presidente de la República del Uruguay sino para un uruguayo del común, un ciudadano del Uruguay, un honor enorme poder llegar al Paraguay a donde desde siempre los uruguayos nos sentimos como hermanos. Mas allá de los protocolos, de los discursos, de los títulos, de las palabras, de las condiciones que en estos momentos yo tengo al ser Presidente del Uruguay, soy, antes que nada, un uruguayo, que cuando llego a Paraguay y lo hago, además, por primera vez en mi vida, en cualquier condición, porque no sé decir otra cosa que lo que siento, señores. Porque siempre tuvimos dificultades políticas para llegar al Paraguay. Cuando lo hago por primera vez en mi vida, lo hago para transmitir con fervor y con emoción, en nombre del pueblo del Uruguay, nuestro saludo más profundo, más hondo, de hermanos. De hermanos auténticos, de hermanos más allá de las palabras, de hermanos del corazón, de hermanos del alma.

Lo hago además en nombre de todos quienes me acompañan. Tengo el honor de presentarles a Uds. a los señores legisladores que representando a todos los partidos políticos de nuestro país, me acompañan en esta jornada. En representación del Partido Colorado, el señor Senador Singer (aplausos), en representación del Partido Nacional el señor Diputado Leglise (aplausos), en representación del Encuentro Progresista-Frente Amplio el señor Diputado Bayardi (aplausos) y en representación del Nuevo Espacio el señor Diputado Michelini (aplausos).

Tengo el gusto, también, de decirles que me acompaña el señor Presidente de la Suprema Corte de Justicia del Uruguay. Entiendo que en este momento está reunido con sus pares. Y los señores Ministros: el señor Canciller de la República, el señor Didier Opertti (aplausos), y los Ministros que son paraguayos, el Ministro de Industrias, Don Sergio Abreu, que está seguramente en reuniones con su par, y el Ministro de Salud Pública, Horacio Fernández, que es paraguayo por adopción porque desde hace años trabaja un lindo campo en el Chaco paraguayo, cerca de la frontera con Bolivia. Quiere decir que los dos forman parte, uno de la mejor historia del Paraguay, ya que su padre fue un paraguayo que como todos dio su energía, su valor, su coraje, en defensa de su tierra, en las ocasiones que así tuvo necesidad de hacerlo el Paraguay y sus hijos, y el amigo Horacio Fernández ha encontrado acá un lugar para contribuir con Uds. a la producción, no tan bien como el Diputados Rivas, que me mostró su fantástica yerba, que he estado tomando y por esto estoy tan bien (risas).

Digo además, señores, que para mí es un hecho tremendamente importante como Presidente del Uruguay venir acá, además, por lo que dijo el señor que me precedió en el uso de la palabra. Hace 64 años mi padre, un joven Diputado, acompañando al Diputado Gustavo Gallinal, del Partido Nacional, en mayo de 1926, concurrió al Paraguay representando al Parlamento de la República y pronunció un discurso aquí, cuyo texto traje, porque dije: capaz que leo alguna cosa de lo que dijo mi padre pensando, en que quizás, alguien me pueda oír. Pero digo, además, que es una circunstancia muy particular porque aunque les parezca mentira, no sé en que porcentaje, pero tengo un porcentaje de sangre paraguaya, porque la abuela de mi madre era hija de Don Domingo Parodi, que fue el médico del Hospital de Sangre durante la guerra de la Triple Alianza y muy allegado a la familia López. Al punto que el sábado, después de recorrer las calles de Montevideo en la celebración de Artigas, fui a visitar a mi madre, para decirle a ver si podía darme alguno de los regalos que Madame Lincha le había hecho a su familia, particularmente un hermoso crucifijo. Mi madre, que tiene 93 años de edad y recuerda muy bien contar en guaraní, como le enseñaba su abuela, me dijo: mientras viva, esto queda conmigo. Después que yo muera, te lo llevás al Paraguay.

Quiere decir, amigos, que estoy acá lleno de cosas que nos unen al Paraguay, a todos los uruguayos. Lleno de cosas que nos unen al Paraguay y que sin ninguna duda hacen de estos dos pueblos, pueblos que han tenido una historia común, y que van a tener, sin ninguna duda, un futuro común.

Y vengo, además, en una circunstancia muy particular. En la circunstancia en la que hemos nosotros, en estos días pasados, recordado el sesquicentenario de la muerte de José Artigas, hecho que ocurrió en 1850 aquí, en el Paraguay. Que fue una celebración formidable, que le permitió a todo el pueblo del Uruguay volverse a juntar con su caudillo. Y que le permitió a todos los ciudadanos, de todos los sectores políticos y de todos los sectores sociales encontrarse de nuevo con su pasado, a través de ese recuerdo. Qué mejor que haber tenido el honor de recibir esta invitación del gobierno del Paraguay para continuar recordando a Artigas acá. Nada menos que en este mes, en este mes de setiembre, en donde después de tan duros acontecimientos militares a manos del caudillo entrerriano Ramírez, cuando sus tenientes principales ya habían sido prisioneros del ejército de Brasil y estaban en Río de Janeiro, en la Isla de las Cobras, en la noche del 4 de setiembre se acerca a las costas del Paraná y decide internarse en el Paraguay. Y se interna en el Paraguay para vivir acá hasta su muerte durante 30 largos y muy importantes años.

Yo estoy absolutamente convencido de que Artigas era un hombre que tenía más conciencia política que valor militar. Que tenía conciencia y sentido político mucho más que valor militar, ha de haber pensado que su punto en la historia había llegado al final. Como dije: sus tenientes principales, todos presos, el territorio de la Banda Oriental ocupado, los pactos provinciales deshechos, Ramírez, después de haberlo derrotado en Avalos finalmente corriendo detrás de su cabeza, ha de haber sentido que su tiempo histórico había terminado. Y se interna en el Paraguay, con quien desde 1811 y 1812 tenía correspondencia y contacto, con quien sentía, además, una profunda unidad de destino, se interna en el Paraguay, no creo yo en búsqueda de auxilio para volver a la pelea. Yo creo que se interna en el Paraguay pensando que era el último camino de su vida y decide acá algo que no solamente le salvó la vida, sino que además de haberle salvado la vida, instaló en el Río de la Plata y en este sistema de Naciones que integramos el primer gesto de asilo.

El Dr. Francia le dio asilo. Le negó a Ramírez su reclamo de cambiar la cabeza de Artigas por un puñado de armas y le dio asilo. Y al amparo del asilo que le dio el Dr. Francia, en San Isidro de Curuguaty, Artigas vivió una vida de paz, una vida de soledad con respecto a los acontecimientos del Río de la Plata, pero una vida intensa, rodeado de gente, lleno de amigos, con la generosidad que el gobierno del Paraguay, el Dr. Francia primero, y los cónsules después, le acercaron, en donde, aunque tenemos muy poca documentación de todo cuanto en ese tiempo sucedió, alcanzan los papeles hallados por gente del Uruguay que estuvo por acá, por investigadores paraguayos, para mostrar cuál fue la calidad de su vida. No en balde en más de una oportunidad, cuando en 1841 el gobierno de la República Oriental, presidido por Don Fructuoso Rivera, firmando una invitación para que vuelva, él con toda tranquilidad, le devuelve, a través del Comandante de Curuguaty, de San Isidro de Curuguaty, las invitaciones a volver al gobierno del Paraguay, que se las había enviado, y en cuya nota el gobierno le había manifestado su disposición a que contara con su ayuda para que pudiera volver con todo lo que necesitare a su patria. Decide quedarse. Es lógico.

1820, un año tremendo, al cual se le llamó el de la anarquía del 20. Los tratados provinciales como el del Pilar y el acceso al escenario del Río de la Plata dominado por situaciones y personas completamente distintas, le han de haber indicado claramente a Artigas que su tiempo había terminado.

Sin embargo, esos años que Artigas vivió en Paraguay, su vida y su posterior muerte, en 1850, esos 30 años, son casi decisivos para la consideración que todos nosotros tenemos de él. Sin ninguna duda, esos 30 años le dieron a su verbo, a su idea, a su postura, a su conducta, a su actitud ante la vida, a su actitud ante los pueblos, a los objetivos políticos les buscaba una fuerza que no hubiera tenido si hubiera vuelto a mezclarse en las lides de las luchas provinciales que vivieron estas naciones desde 1820 en adelante, por decenas y decenas de años. Seguramente advirtió con claridad que ese no era su camino, si quería que sus ideas, que sus ideales pudieran pasar por encima de esos avatares y de esos tiempos y pudieran proyectarse como hoy se proyectan, no solamente sobre la Banda Oriental, sino como una idea que todos hoy sentimos que es necesaria implementar y asumir.

Cuando en 1813, en las Instrucciones que da a los Diputados Orientales para el Congreso de las Provincias Unidas del Río de la Plata, Artigas habla de Confederación, Artigas habla de la división de poderes, Artigas habla de una estructura política, Artigas habla de una idea de libertad, de libertad religiosa y de libertad política en toda su extensión imaginable. Y cuando luego describe en las sucesivas Instrucciones la forma de organizarnos entre nosotros, y cuando habla puntualmente, de la apertura de los puertos, y que los puertos tienen que ser comunes a todas las provincias, y que no puede haber entre las provincias fronteras que impidan que ellas sean, no ámbitos o áreas o líneas que encierren a los unos y nos separen a los unos de los otros, sino que por el contrario tienen que ser los caminos que nos permitan unirnos, nos está diciendo en 1813 lo que todavía no hemos podido hacer, porque todavía no lo hemos podido hacer. Y si algo tengo que decir acá, en Asunción, ciudad madre de ciudades, a las puertas de celebrar los 10 años del tratado y del comienzo del Mercosur, si algo tengo que decir con convicción, es que si aún en las cifras mucho podemos vanagloriarnos de cuanto ha aumentado el comercio entre nosotros, en la realidad el mecanismo del Mercosur estamos como si fuéramos las provincias de hace 150 años (aplausos).

Todos los días tenemos un problema. Qué significa un tratado si para resolver los problemas en las aduanas los Presidentes tienen que hablar con los Presidentes. Nosotros tenemos que darle fuerza a estas cosas, tenemos que darle a esa institucionalidad la necesaria formación institucional que Europa le supo dar al Mercado Común Europeo. Los europeos hicieron un tratado, un tratado constituyendo una unidad de gobierno común que fue adquiriendo progresivamente condiciones de supranacionalidad para ir resolviendo los problemas. Crearon en Bruselas un gobierno, al cual con las dificultades que tienen todos los países para acomodar sus siglos de historia, fueron acomodándose para constituir realmente una unidad operativa que los defiende, que les ha permitido crecer, que les ha permitido poner cientos de miles de millones de dólares para defender a sus pocos agricultores. Que les ha permitido armar una barrera que los reúne y que da a Europa estabilidad política y le da al mundo estabilidad política, porque si Europa tiene estabilidad política, no solamente ello es en beneficio de ella sino que es en beneficio del mundo todo. Y cuando el amigo, el amigo Pacheco, en Buenos Aires nos hizo esa reflexión de que Europa al primero de julio avanzaba hacia el Este, abriendo, abriendo las fronteras a los países del Este, yo le dije si nosotros fuéramos europeos estaríamos de acuerdo con usted, porque eso es bueno para Europa y nosotros que en nuestra inmensa mayoría hemos venido de allá, o los que no hemos venido de allá tenemos parte de sangre que ha venido de allá, sentimos que ella es una necesidad que Europa ha cumplido y cumple y nosotros nos tenemos que dar cuenta que a nuestro turno tenemos que hacer otro tanto y para ello nosotros tenemos que dotarnos de instituciones. Este Mercosur tiene que tener fuerza institucional, tiene que tener una Secretaría Técnica que funcione, tiene que tener Tribunales Permanentes que resuelvan nuestros problemas, tiene que recibir de los Parlamentos la internalización de las medidas que luego votamos entre nosotros, pero que no internamos y no incorporamos nada más que en un 50 por ciento a nuestro régimen legal.

Tenemos que terminar con las dificultades de discutir si por sefas o por nefas en las fronteras se cierran porque a mí no me gusta la bicicleta uruguaya o porque no me gusta el azúcar brasilero. Eso es lo que nos debilita. Y es que nos debilita adentro si no nos debilita fuera. Lo que nos debilita para alcanzar las transformaciones que nuestras naciones acostumbradas, por muchos años -por decenas de años- a regímenes cerrados, a políticas en donde teníamos regímenes absolutamente cercados por tarifas, por protecciones, por tipos de cambio, por recargos, por subsidios, por decretos, por lobbys, que permitían, no el desarrollo de nuestros países, sino la riqueza de aquellos que instalados y protegidos detrás de esas grandes barreras, no producían calidad ni precio para nuestros pueblos, sino que eran de esa forma nada más que monopolios en beneficio de sus inversiones. Tenemos que sentir que ya no hay tiempo para discutir si el mundo se abre para bien o para mal; abierto está.

Lo que tenemos que hacer, es que esa apertura no sea una apertura que consagre una vía de una sola vuelta, y que sea de allá para acá y no de acá para allá. Eso es lo que tenemos que tratar de armar entre todos nosotros, en los próximos años. Y si no armamos eso, y si no nos ponemos realmente a discutir eso, y si no sentimos que tenemos que cada uno de nosotros hacer esfuerzos sobre nuestros países. Y nosotros vamos a tener dificultades con el azúcar, y le vamos a tener que decir a nuestros pequeños productores de azúcar de Bella Unión que no podemos seguir produciendo 3 mil hectáreas de caña de azúcar, para que el pueblo uruguayo la pague dos veces y media más de lo que vale en el mercado internacional. Eso es no proteger el trabajo, eso es castigar el desarrollo, eso es pasar la transformación necesaria. Y cada uno de nosotros tendrá que hacer algún esfuerzo de esa naturaleza, pero el día que nosotros retrasemos ese esfuerzo, será el día que retrasaremos las posibilidades de hacer que nuestro pueblo viva mejor y de eliminar la pobreza.

La pobreza no se elimina ni con préstamos del exterior, ni con discursos. Las promesas y la pobreza se elimina con trabajo y con educación, para que el trabajo se de en las naciones tiene que haber libertad de comercio. (Aplausos)

Sin libertad de comercio, que no fue otra cosa que eso, el problema de 1810. Que fue que no otra cosa eso, el problema que tuvimos en el siglo XVIII y en el siglo XIX en América. Por qué fuimos en el Río de la Plata y, particularmente, en el Uruguay, los campeones del contrabando, con todos los piratas holandeses, franceses, ingleses, que llegaban a nuestras costas y bajaban las mercaderías. ¿Y por qué?, porque hasta que llegó Carlos III había solamente un barco que podía llegar a Buenos Aires con mercadería, y entonces no nos dejaban crecer. Y por qué ustedes pelearon por la apertura de los ríos, ¿por qué?, pelearon por la apertura de los ríos porque eran como la sangre que da vida, no eran las sangres de las arterias que perdían las sangres de las naciones, sino que eran la sangre de la vida. Y eso es lo que nosotros tenemos que volver a hacer. Y lo tenemos que volver a hacer por nosotros, y lo tenemos que hacer con la Comunidad Andina, y lo tenemos que hacer con México, y lo tenemos que hacer con Centroamérica, y lo tenemos que hacer hasta Alaska, porque allí está el camino en donde vamos a crecer.

Hace pocos días, la Presidencia de la República del Uruguay envió al secretario de la Presidencia de la República, el señor Lago, a participar en una reunión en México, de estas tantas cumbres que hay. Que podría ser bueno que fueran menos cantidad y más eficaces. (Aplausos)

Le preguntó el señor Secretario de Presidencia del señor Zedillo, ¿cuál a su juicio había sido la razón del cambio en México?. Dos cosas dijo: Equilibrio fiscal y TLC, Tratado de Libre Comercio. Equilibrio fiscal y Tratado de Libre Comercio. México le exporta al mundo y, particularmente a los Estados Unidos, 132 mil millones de dólares por año, el doble que Brasil y Argentina juntos al mundo.

Ese es el lugar para cambiar la pobreza, vender lo que nuestros pueblos producen, y lo que somos capaces de producir en cantidad y en calidad. Eso es lo que tenemos que propender a hacer, el Uruguay cree en eso, y porque cree en eso, cree en un MERCOSUR que institucionalmente funcione, porque cree en eso es porque empuja estas cosas y las dice con fervor, sin mucho protocolo. Yo no sé cómo funciona eso del protocolo, digo lo que siento, muchas veces me ha ido mal en el corto plazo, en el largo plazo me ha ido bien, por eso es que estoy acá. (aplausos).

El Uruguay considera que ese es el camino para América, no el camino para el Uruguay, porque el Uruguay sólo nada puede hacer. Paraguay sólo tampoco. El Uruguay y el Paraguay solos, sin la Argentina y Brasil, nada podemos hacer. Y sin Bolivia y sin Chile, nada podemos hacer. Y sin hacer de esta carretera natural, que va hasta el corazón de América, la gran vía de navegación, y de internación, y de internalización de nuestra riqueza y de nuestro trabajo, ahora que vienen los tiempos secos y no dragamos este río Paraguay, no hay nada más que declaraciones, pero no verdades en la Hidrovía. La Hidrovía tiene que volver a ser el gran mecanismo, a través del cual, América toda pueda sacar con costos baratos; ¿como hacemos para mandar la soja por tierra a cualquier lugar de la costa?. Ochenta dólares de flete, contra 26 por el río. Con el flete a la costa, estamos a fuera del mercado. No la nuestra, que no plantamos soja, la de ustedes. El ganado de ustedes, la carne de ustedes, el algodón de ustedes, la soja de ustedes. Para eso tenemos que juntarnos, porque si no nos juntamos nos comen los de afuera, como dice Martín Fierro. Sean unidos los hermanos, esa es la ley primera.

Esto lo que vengo a transmitirle, porque lo siente así todo el Uruguay. No es un sentimiento de la Presidencia de la República, es un sentimiento de todo el Uruguay, que nosotros hemos recibido de Artigas, que lo hemos conservado de él, que tratamos de seguir sus pasos. En el lugar donde más claramente de esto podemos hablar, en donde va a ser sino en Paraguay. Que lo conservó, que lo guardó, que lo protegió, que lo quiso y que lo quiere, durante 30 años seguidos.

Señores, voy a terminar mis palabras leyendo dos párrafos sobre Artigas de un poeta, pero muchos poetas, Rubén Darío, Amado Nervo, María Eugenia Vaz Ferreira, Rodó, todos escribieron, Herrera y Reissig, todos escribieron sobre Artigas. Pero voy a leer algo de un poeta que no es muy poeta, porque es un político poeta, de José Martí. Ese gran hombre que luchó en América por la libertad de su país y de todos nosotros. Porque cada uno que lucha por la libertad de un pedazo de América, está luchando por la libertad de todos los americanos.

José Martí al finalizar su poema sobre Artigas dijo: "Reposa en tu largo exilio, los pueblos te invocarán, pidiendo a tu ley auxilio, por siempre te recordarán. Habrá siempre quien intuya tus muy nobles sentimientos. Panamérica ya es tuya, porque fue tu pensamiento". Muchas gracias (aplausos).