08/10/2001
EL PRESIDENTE BATLLE
EXALTÓ LA PAZ Y LLAMÓ A LA CONCILIACIÓN URUGUAYA
El
Presidente de la República, Dr. Jorge Batlle Ibáñez, se hizo presente
en la mañana de hoy en el Cabildo de Montevideo. Tras recorrer sus
instalaciones asistió al Acto de Conmemoración de La Paz de Octubre de
1851, en el cual hizo uso de la palabra, ante el público asistente.
El Presidente de la
República, Dr. Jorge Batlle Ibáñez, exaltó los valores de la paz y
convocó a la concordia entre los uruguayos al reseñar las oportunidades
en que las pasiones enfrentadas habían acallado en beneficio de la
convivencia pacífica. Al cumplirse 150 años de la firma de la Paz de
Octubre –que puso fin a la Guerra Grande– el mandatario expuso con
singular versación sobre el pasado de nuestro país, desarrollando la
siguiente disertación.
PRESIDENTE BATLLE: Bueno,
señor Intendente, señor Ministro, señor Director del Museo del Cabildo,
señor Director del Museo Nacional, historiador Mena Segarra, señoras y
señores. ¡En qué lío, en qué lío me ha metido el amigo Arana! Hace
tiempo me dijo que tenía la idea de hacer esta reunión. Y yo estaba
dispuesto a participar, por supuesto que le dije sí y no sabía en qué
condición iba a participar, si como integrante del Partido Colorado, como
descendiente directo del Ministro de Finanzas del gobierno de la Defensa,
el Coronel Lorenzo Batlle, que el día después de que López Jordán
entrara a Montevideo trayendo la noticia le entregó un sable de regalo,
que hoy luce colgado en la colección del historiador y coleccionista
argentino señor Porcet. Si como ciudadano que milita y ha militado
siempre en el Partido Colorado, si como persona que ha estado siempre
interesada en escudriñar en la historia o como Presidente de la
República, circunstancias todas estas que no puedo abandonar aunque
quiera.
La única que podría
abandonar, aunque no estoy dispuesto a eso pero, la que podría abandonar
sería la de Presidente, las otras me resulta imposible. No puedo dejar de
ser pariente, no puedo dejar de ser colorado y no puedo dejar de
interesarme en la historia. Así que resulta bien interesante y bien y
bien singular este tema que abarca el corazón del siglo XIX. Siglo XIX
que desde su comienzo hasta su fin, tanto en la Banda Oriental como en el
resto de las provincias que formaron parte del Virreinato del Río de la
Plata, primero, pero particularmente en la Banda Oriental dado que el
aislamiento del Paraguay lo marginó de muchos de esos enfrentamientos,
hasta la Guerra de la Triple Alianza, tuvieron como escenario fundamental
la Banda Oriental. Las demás fueron contiendas de frontera, ¿no es
verdad? En el Norte, en el Alto Perú, pero básicamente en la Banda
Oriental se dieron varias circunstancias que formaron nuestra razón de
ser. El hecho primero que éramos el único puerto de la costa atlántica
de Río de Janeiro al sur, prácticamente no había otro puerto. Y éramos
la única ciudad fortificada, Montevideo era en el Atlántico español la
única ciudad fortificada. Y además todo coincidió con el desarrollo de
la Revolución Industrial y todo coincidió conque en ese tiempo, cosa que
no sucede ahora, América, América del Sur, digamos, estaba en la agenda
principal de todos los acontecimientos históricos que sucedían por
entonces, básicamente después de Waterloo y después de Trafalgar.
El otro día, estando en
Santiago de Chile, hablando de las cosas de nuestro continente en estas
reuniones que hacemos entre todos, yo dije que yo cada treinta años iba a
Londres, que había ido en 1946, donde me encontré con nuestro amigo
Felisberto Hernández, que había ido después en el 68, que había ido en
el 2000, que pensaba ir en el 2030 y la única cosa que hacía cuando
llegaba a Inglaterra era; iba a la plaza de Trafalgar lo miraba a Nelson,
lo saludaba y volvía a Montevideo ¿verdad?, porque a partir de Trafalgar
es que pasa todo. Y se
desarrolla una gran civilización atlántica que dura todo el siglo XIX y
que tiene en América del Sur unos de sus puntos centrales precisamente en
la Banda Oriental, en el Puerto de la Banda Oriental. Es tan interesante
eso que los libros que el Abate Prat producía como si fueran episodios de
radio, uno por mes, que fue el más grande de los agitadores en favor de
las revoluciones en América del Sur, muestran cómo por ejemplo en el
Congreso de los Príncipes en Aquisgrán la única cosa que se discutió
fue la situación de Montevideo, que estaba en manos ya de los
portugueses. Y por tanto, aquí arriba, arriba de este pequeño territorio
se sucedieron desde 1680 hasta 1904, incluso en 1904, esas contiendas en
las que participaron españoles, portugueses, franceses, ingleses. Los
holandeses no pasaron por acá, dieron la vuelta desde el Brasil y se
instalaron en Valdivia. Luego brasileros, luego los titulares gobernantes
de las Provincias Unidas del Río de la Plata, a las que pertenecíamos.
Alcanza con leer los partes de Rivera en 1828 para decir, para advertir,
como él se refería a la nación argentina, como un integrante de la
nación argentina; y por supuesto esos conflictos fueron heredados por
todos nosotros, como no podía ser de otra manera.
Y de esos conflictos
participamos todos, igual que uno advierte que es el Tratado del Río de
la Plata. Ustedes vieron cómo es el Tratado del Río de la Plata. Hay un
marco jurídico general, después hay un tratado para el agua, otro
tratado para la navegación, otro tratado para los peces, otro tratado
para riqueza submarina. Esto es igual. Y lo cuenta Pivel Devoto, cuando
habla con Campisteguy, y le dice "¿Y cómo era el asunto ese de la
Revolución del Quebracho?". Y Campisteguy le dice: "Ah, no, no.
Eran varias revoluciones en una". -"¿Cómo?." "Sí,
sí, sí, eran varias en una”. Estaba la presencia del gobierno de Roca,
muy activo, beneficiando a los revolucionarios, de lo que se quejaba
Santos amargamente. Estaban los grupos militares que eran más herederos
de nadie, que fundamentalmente de Latorre y estaba el batallón
universitario, donde estaba el bisabuelo del señor Williman; que tenían
la propia, la revolución propia. Pero sin embargo, siempre aquí en la
Banda Oriental, hubo una idea reflejada alrededor de todos estos
enfrentamientos. Fueron siempre muy duros, fueron siempre muy sangrientos.
Nosotros vivimos en medio de la sangre de la tierra purpúrea durante el
siglo XIX. Fueron muy violentos, muy sangrientos, de uno y de otro lado,
en mayor o en menor grado, no es un problema de juzgar cantidades, sino de
juzgar actitudes no, realidades, fueron enfrentamientos muy duros, muy
duros. Que sin ninguna duda marcaron una impronta en la población del
Uruguay de sed de paz y cada uno de estos acontecimientos generó un
esfuerzo por esa paz, cada uno de estos acontecimientos generó un
esfuerzo por esa paz.
A lo largo de la historia,
cuando uno los analiza, cuando uno los va mirando, ve que las
confrontaciones que tuvieron muchos orígenes diferentes, sin embargo
siempre generaron, sin perder nunca de vista el origen común, un esfuerzo
muy grande en procura del reencuentro y de la paz de todos los uruguayos.
Este, de 1851, es uno de los más importantes. Es uno de los más
importantes porque le sucedió a un acontecimiento importantísimo, como
fue una larga contienda en la que participaron ingleses, franceses,
argentinos, brasileros, orientales, paraguayos, "Dios y todo el
mundo". Y además, según los vaivenes de la política en los
países, de un lado y del otro, a veces estaban con Rosas, a veces estaban
contra Rosas, a veces estaban con el Gobierno de la Defensa, a veces
estaban en contra, según cómo vinieran los vaivenes de la política,
pero siempre con una fuerza tan importante que el Parlamento europeo, el
Parlamento francés y el Parlamento inglés, está lleno de discusiones a
propósito de los hechos políticos que se sucedían en el Río de la
Plata. América, y particularmente América del Sur, era un actor central
-repito- de los acontecimientos políticos internacionales.
Esta paz, que se produce por
la intervención de Urquiza, que tenía la idea de que Garzón fuera el
primer presidente para asegurar esa paz y Garzón fallece. Esta paz dice
algo muy hermoso, dice "Ni vencedores, ni vencidos" y agrega
"Somos todos hermanos". Lo recuerda en este libro recientemente
editado por Ediciones "El Galeón", de Benjamín Poucel, llamado
" Los Rehenes de Durazno". Es un libro muy interesante, que
tiene apreciaciones de una persona que llegó de Marsella para incorporar
al Uruguay la cría del ganado ovino Merino, y que se estableció en el
norte de Colonia Suiza, en una Estancia llamada "El Pichinango"
que todavía existe, que todavía existe, y que pasó por todos las
experiencias de su contemporaneidad. O sea que, vivió desde 1830 hasta
1870 inclusive, terminó con Martín de Mussi recorriendo la Argentina, y
contribuyendo a ese estudio formidable que Urquiza le pidió de la
Argentina al abate Martín de Mussi, que con un conjunto de sabios, y que
luego escribe estas cosas, incluido por Santiler. Santiler le pide que
escriba. Escribe "usted no va a escribir como Humboldt -dice- no
todos son Humboldt, pero escriba". Esta paz, sin ninguna duda, no se
transformó en una paz duradera, por cierto que no. A mi juicio, esta paz,
básicamente lo que hizo fue terminar con una situación, que, y ahora sí
empiezo a verla con un colorcito un poco más rosado, terminó con una
situación, que realmente estaba destruyendo a la Banda Oriental y no
estaba obteniendo los propósitos que procuraba. Yo siempre pensé, que
Rosas era un hombre básicamente un hombre de campo, a quien Lucio
Mansilla lo describe fantásticamente en su pequeño librito "Los
siete platos de arroz con leche". Más allá de esa biografía que
tiene sobre él, era su sobrino. Rosas era un hombre de campo, esas cosas
que él habla de restaurar, ha de haber pensado en la restauración del
Virreinato del Río de la Plata.
El Virreinato del Río de la
Plata realmente era una cosa imponente, sólo que nosotros no recordamos
ni manejamos el hecho que se extendía a todo lo que es hoy Bolivia, y a
todo lo que es hoy el norte de Chile, la llamada gobernación de Charcas
con salida al Pacífico y el Paraguay. Y las misiones orientales y
naturalmente la Banda Oriental. Y naturalmente el sur, la Patagonia. O
sea, era una unidad política de enorme importancia para el equilibro de
América. Y Rosas lo quiso reconstruir. Así tuvo ese problema con Santa
Cruz, en Bolivia, tuvo ese problema con Paraguay, aunque no lo reconoció
durante mucho tiempo, y a quien el Imperio del Brasil
se apresuró a reconocer el primero, y también tuvo su problema en
Montevideo. Porque, ¿quien hubiera apostado durante esos siete años
ocupar Montevideo? Pero si ocupaba Montevideo tenía que ponerlo a Oribe
de nuevo en el gobierno. Y si lo ponía a Oribe de nuevo en el gobierno,
Oribe iba a ser igual que todos demás orientales. Iba a decretar la
independencia de la Banda Oriental como país que había jurado su
Constitución de la cual él había sido presidente. Por tanto, mi idea es
que, lo que él procuró fue por sus mecanismos juzgados por cada uno en
la historia rehacer una cosa. O sea, que esa Paz del 51 tiene dos efectos.
Un efecto hacia adentro, que es consagrar algo que los ambos bandos
querían.
La historia del siglo es una
historia interesantísima, porque el ciclo paraba y seguía. A veces se
decretaban pases y la gente entraba y salía de la ciudad de Montevideo.
Los parientes se comunicaban, se escribían cartas. Inclusive en alguna
oportunidad hubo hasta casi un arreglo de paz y hasta el propio Oribe
volvió a sus propiedades en las costas del Miguelete y luego se deshizo y
se volvió para atrás. Hubo un intento de acuerdo entre Oribe y Rivera
para hacer la paz, intervino inclusive mi pariente, el Coronel Lorenzo
Batlle, que lo puso preso a Rivera, ¡y lo deportó! El que puso preso a
Rivera fuimos nosotros, o sea, mi bisabuelo. Quiere decir que algún
colorado que otro a nosotros también nos ha de tener en la mira. Se
trasladó a Maldonado y le escribió una carta preciosa, en un lenguaje
muy seco, y lo deportó. Por tanto, siempre hubo en ese lapso de años una
necesidad real de hacer la paz. Pero las partes estaban muy atadas,
ninguna de las dos partes podía actuar con libertad. Estaban muy atadas
por muchísimas cosas propias, y muchísimas cosas ajenas. Y cuando
Urquiza hace la paz permite la ruptura de eso que los ataba.
La primera consecuencia no es
que eso genere una paz duradera. ¡Mentira! Después vino una cantidad de
líos espantosos. Vino el gobierno de Pereira, y vino Quinteros, y
después vino yo que sé cuantas cosas más, y después vino la guerra de
la Triple Alianza. Que fueron todas consecuencias de todo eso, porque
está todo enrabado con el Pacto de San Nicolás y con todo lo demás.
Pero eso sí, lo que rompió la paz, fue que rompió la dependencia, en
buena medida, que tenían ambos sectores de personajes, países, fuerzas
ajenas al propio destino nacional. O sea, la Banda Oriental transformada
ya después del Tratado del 27 de agosto de 1828 en nación independiente,
Tratado que firma Dorrego por un lado, y el emperador por otro, con la
garantía de Su Majestad Británica. Luego vuelve a transformarse en un
país en cierta medida dependiente, dependiente de juegos de política
regional e internacional que ninguna de las partes actuantes había
determinado. En los acontecimientos bélicos Urquiza fue siempre decisivo
en ese tiempo. Fue decisivo porque primero tuvo India Muerta en donde
destrozó al ejército de Rivera, cosa que ya había ocurrido antes en
Arroyo Grande. Y también fue decisivo cuando interviene después. Y fue
decisivo en Caseros, del que se celebra en febrero del año que viene,
también 150 años. La primera cosa fue, a mí juicio, esa. Se terminó
con la dependencia. Inclusive, la segunda cosa, fue que se terminó con el
período rosista. Más allá o más acá de la opinión que cada uno tenga
de ese hecho, es evidente que esa circunstancia de la decidida
intervención de Urquiza finalizó el período de Rosas en la República
Argentina. Porque luego de lo que pasó acá, se organizó lo de Caseros,
con la participación de Urquiza y con la participación del Imperio del
Brasil. En cierta medida el Imperio del Brasil en el fondo también la
primera preocupación que siempre tuvo, desde Bolívar, fue que los
acontecimientos del Río de la Plata, con su vertiente republicana no
afectaran su situación de monarquía, que luego fue el segundo paso
también a la constitución de una República en Brasil.
Si ustedes miran con
detención todos los hechos que ocurren más allá de los intereses
tradicionales de Portugal de acercar sus fronteras a los límites
naturales del Paraná, del Paraguay y del Uruguay, hay también, adentro
de eso mismo, una importantísima preocupación por todos los movimientos
republicanos que luego se consolida esa preocupación en lo que se llamó
la República de los Farrapos, en el sur del Brasil. Porque todo esto
también es muy interesante porque no hay ninguna cosa
que se desarrolle en un solo lugar. Está todo entremezclado, todo
imbricado, todos con todos, absolutamente en toda la región y a lo largo
de toda la historia, y en cada uno de todos nosotros.
Quiere decir, por tanto, que
para mí los hechos fundamentales que trajeron los acontecimientos que hoy
recordamos y que siguen simbolizando, para el Uruguay, el primer gran paso
en favor del restablecimiento de la independencia y de la
institucionalidad en el país -la Paz del 51- sus consecuencias fueron
básicamente esas. No solamente terminar con una confrontación que nadie
más quería, nadie más quería, sino además, devolverle al país su
independencia, que estaba en ese momento muy, muy comprometida. Ya
habíamos dejado de sustentar la idea de incorporarnos a las Provincias
Unidas del Río de la Plata, como pasó el 25 de agosto de 1825. Habíamos
optado por el camino quizá no tanto nosotros mismos con nuestras propias
decisiones, pero optado por el camino de ser un país independiente.
Teníamos nuestra Constitución y sin embargo estábamos de vuelta
envueltos en un conflicto que no conducíamos, que se escapaba de nuestras
manos. Que se escapaba de las manos del Gobierno de la Defensa y que se
escapaba de las manos del Gobierno del Cerrito. Yo diría que las cosas
que ambos gobiernos, el del Cerrito y el de la Defensa, ambos gobiernos
querían, era que este país siguiera siendo un país independiente. La
Paz del 51 terminó con esa problemática y terminó con esa situación.
Las potencias europeas a esta altura del partido también ya estaban
afuera del interés de estar presentes en el Río de la Plata, de esa
forma.
Luego tuvieron interés en
estar presentes de otra forma, cuando a partir de 1860 y pico empezaron a
invertir en toda esta zona de América y construyeron todos los servicios
públicos de este país, para lo cual hay un precioso estudio de un
profesor americano llamado ”El Imperio Informal de Inglaterra en el Río
de la Plata entre 1868 y 1890”. Es un libro realmente interesantísimo
para analizar la evolución económica de estas naciones y cómo cada una
de ellas utilizó esa evolución económica para beneficiar a sus
respectivas sociedades, algunos bien y otros regular con suficiente.
Vuelvo a decir, por tanto, que siendo que la Paz del 51 es una forma de
encuentro de los orientales, tiene antecedentes muy claros porque también
vivimos una circunstancia similar en 1828, puesto que antes de 1828
teníamos a la Cisplatina y teníamos el conflicto entre el Imperio del
Brasil y la Confederación del Plata, de la que participamos en la batalla
de Ituzaingó o del Rosario, para los brasileños, horrorosamente mal
dirigida por Alvear, que determina, entre otras cosas, la muerte del
heroico coronel Brandzen. Ahí hicimos una forma de paz, constituimos una
nación, luego vino la Paz del 51 y luego vinieron todas las demás paces.
Todas las demás paces que tuvieron por cosa final la Paz del 4. Yo
siempre he estado a favor de la Revolución de Saravia del 97, que creo
que es uno de los hechos políticos más importantes de la vida de la
nación. A mí el amigo Williman me dice que no. ¿Por qué me dice que
no? Ah, me dice que sí. Ah, claro. Ah, me dice que sí, este. Por
supuesto se podrán imaginar que no opino lo mismo del 4, aunque les debo
decir que la historia, uno la admira de muchas maneras por lo que lee, por
lo que aprende, por lo que escucha y
por lo que le cuentan en la casa. De esa historia de lo que le cuentan en
la casa voy a simplemente a decir dos. La última: Batlle y Ordóñez
tenía la más absoluta convicción de que si hubiera podido hablar
personalmente con Saravia, hubieran arreglado el tema. La más absoluta
convicción. La primera, me voy a permitir leer una frase. Yo siempre le
preguntaba a mi padre, “Che, papá, ¿y de qué se hablaba de historia
en la mesa de Batlle y Ordóñez?” Y decía, “No, de historia no se
hablaba, se hablaba de las cosas que había que hacer”. Los tiempos eran
demasiado turbulentos para hablar del pasado, había muchas cosas ocuparse
del futuro.
Y
ahí hay dos cosas interesantes para decir: una es un escrito publicado
por el coronel, el entonces coronel Lorenzo Batlle, en “El espíritu
nuevo” escrito en 1847 que se llama “Un boceto histórico sobre
orígenes y causas de los acontecimientos que determinaron entre 1828 y
1842 el Sitio Grande”, que comienza con una terrorífica acusación a
Rivera por la matanza de los charrúas. La otra cosa que digo es que
siempre he preguntado en mi casa de qué se hablaba, y me decían, se
hablaba de una sola persona, de la que el señor Batlle y Ordóñez tenia
la fotografía en su dormitorio, al lado, arriba de su mesa de luz, más
allá de que yo tengo singular aprecio y distingo muchísimo la tarea de
Santiago Vázquez, de Manuel Herrera y Obes,
de Andrés Lamas y de Melchor Pacheco y Obes, comparto ese
sentimiento que heredamos. “Este hombre, de un corazón tan simple -dice
Benjamín Poucel- y sublime que no hay
palabras que lo puedan expresar, vi el comienzo y el fin del sitio de
Montevideo, sentado en el sillón ardiente de la Presidencia, como los
senadores romanos miraban a sus enemigos sentados en la silla curul. Tras
50 años de buena y apacible vida, no temió afrontar los nueve años de
sitio de su ciudad natal, presenciando sin pestañear cómo se iba
extinguiendo la fortuna de sus padres y cómo se iban arruinando sus hijos
a causa de la guerra. Más tarde, cuando firmó el tratado de paz que puso
fin a esta terrible guerra entre hermanos, se lo vio impasible agradecer a
Dios en el Te Deum solemne que selló el feliz desenlace de tanto dolor. A
partir de ese momento liberado, aliviado del peso del poder, Don Joaquín
Suárez, se retiró a un jardín donde espera sin pedirlo y tal vez sin
desearlo, que su país reconozca la grandeza de alma de esta verdadera
víctima resignada por su profundo amor a la patria”. Pienso que si, que
Joaquín Suárez es el paradigma del gobernante.
En
este país en donde la probidad y
el amor a la patria ha distinguido a todos los ciudadanos en cuanto a que
ese es el único camino posible, el de respetar los valores para hacer
grande a una nación por más pequeña que ella sea. Y estas paces
celebradas a lo largo del siglo después de terribles guerras y que no han
disminuido nuestras ideas y principios ni nuestros ideales, son las que
estos sufrimientos que este país ha tenido son las que nos han
permitido hacer una nación con un sentido de individualidad y de respeto.
Es fundamental. No somos una nación de lavativas que no tienen opinión
sobre las cosas. Las tenemos, por suerte, y las seguiremos teniendo
siempre, fuertes, claras, definidas, pero siempre con respeto. Siempre con
respeto sabiendo que el otro es tan, tan importante como nosotros y muchas
veces mucho más que nosotros y es en ese contexto que la Paz del 51
expresa lo que debemos sentirnos antes que nada, “ni vencedores ni
vencidos”, somos todos hermanos aunque no pensemos todos igual.
Y
este es el camino único posible para una nación pequeña que por serlo y
por no tener las ubérrimas tierras que tiene las naciones que nos
limitan, ni su dimensión ni su calidad, necesitamos de trabajo, de orden,
de pensamiento y de sentimiento y de firmeza en nuestras convicciones. El
producto de la paz da lugar para ese horizonte formidable que se abre
delante de nosotros. No es por casualidad que Artigas dijo las cosas que
dijo, se las haya escrito Barreiro o las haya escrito él, no importa. No
es por casualidad que Artigas pronunció las cosas que pronunció y dijo
las cosas que dijo. No es por casualidad que el país, durante los cien
años del siglo XIX, haya sido capaz, en el medio de la lucha cruel que no
perdonaba vida ajena cuando estaba cerca la garganta del cuchillo,
inclusive pese a ello fue capaz de constituir la nación y si nosotros
recorremos a Larrañaga y a Pérez Castellanos y a Florentino Castellanos
y a todos aquellos que estuvieron en la Banda Oriental por tiempo y
tiempo, propios y ajenos que venían del sur de Brasil, que venían de la
Argentina, que venían del exterior corridos por la derrota de la
Revolución Francesa, advertiremos que esta nación y particularmente esta
ciudad de Montevideo es el reflejo de ese mundo abierto al cual se asomó
la ciudad desde su más temprana época de existencia.
Quiere
decir pues que la Paz del 51 refleja nuestra manera de ser, nos
comprometamos entre nosotros con las ideas, pero siempre ser capaces de
encontrar paz entre nosotros. Porque solamente los que son firmes son
capaces de renunciar a circunstancias y posiciones, porque las
circunstancias y las posiciones son eso, son nada más que cosas
coyunturales. A lo que no renunciamos, ni renunciaremos jamás, es a
nuestra manera de ser, libertaria que es lo que nos permitió a los unos y
a los otros, colorados y blancos, porque constitucionalistas al final eran
colorados o blancos ¿no? y ahora también los del Frente ¡eh! que son un
poco también de colorados y blancos, en el fondo somos todo lo mismo,
tener identidades propias, fuertes, claras, definidas, y desde ellas
encontrar y crear la paz. Porque la paz no la regaló Urquiza. La paz fue
un reconocimiento a una necesidad. Urquiza puso la fuerza que inclinó la
balanza, pero no la regaló.
La
paz la vamos a hacer nosotros entre todos, con firmeza y con comprensión.
Solamente entendiendo al otro mejoraremos nosotros y esa es la gran
lección, la permanente lección más allá de un acontecimiento del 7,
del 8, del 9 y del 10, por la mañana y por la tarde, porque en esos
cuatro días han de haber pasado cosas terribles como aquellas mismas que
el 31 de marzo de 1886, a las cinco de la tarde, el Doctor Lafinur acordó
con el General Tajes para terminar con el gobierno de Santos, o sea, la
batalla y los muertos dejaron de operar como hecho central al mediodía y
en la tienda de Tajes a las cinco de la tarde, Lafinur estaba buscando en
representación de los jóvenes universitarios el nacimiento de un país
nuevo y mejor, como se operó de la mano de ellos y de Ortiz. Lo cual
significa que este país siempre ha sido capaz de renacer, desde
nosotros mismos, con respeto y con firmeza, con comprensión y con
hidalguía. Ese es el Uruguay de hoy y de siempre. Eso es lo que significa
la paz. Muchas gracias.
(Aplausos).