20/08/02     

América lo que necesita es trabajo y educación

 VIVIMOS UN TIEMPO DE OPORTUNIDADES, DE FORMIDABLES CAMBIOS

El Presidente Jorge Batlle, señaló que América “no vive un tiempo de desdichas, vivimos un tiempo de oportunidades, vivimos un tiempo de cambios”, reclamando que lo que la región necesita es “educación y trabajo, más que préstamos”. 

 

 

Palabras del Presidente Jorge Batlle en oportunidad de la cena ofrecida en homenaje al Presidente brasileño Fernando Henrique Cardoso

Montevideo, 20 de agosto de 2002

 

PRESIDENTE BATLLE: Estimado amigo, señor Fernando Henrique Cardoso; señora Ruth, señora esposa; señor Vicepresidente don Marco Maciel y señora; señor Presidente de la Cámara de Senadores; señor Canciller, señoras y señores: 

 El señor Presidente del Brasil nos hace el regalo con su presencia y la de quienes le acompañan de acercarnos y traernos hoy al Brasil entero a nuestra casa. El Brasil del ayer, el Brasil del hoy y el Brasil de mañana.

Representa - sin ninguna duda - él y quienes le acompañan a la tradición más pura de esa gran nación. No solamente la tradición que cualquiera de nosotros que queremos y conocemos al Brasil podíamos describir en sus bellezas, en sus hermosos y enormes espacios, en sus preciosos ríos y matos y árboles y flora y costa, en la alegría de su gente, en su carnaval, en su música, a veces no solamente alegre sino a veces profundamente melancólica; en su música que nos ha hecho soñar, que nos ha hecho vibrar, que nos ha hecho querer, que nos ha hecho vivir.

En la alegría con la cual Brasil se siente dueño de su destino y se siente fuerte siempre para superar cualquier adversidad. De ese Brasil, además, con el cual estamos enlazados. Enlazados en dichas y en desdichas, en consensos y en disensos. Enlazados familiarmente, de donde un día el Barón de Mauá trajo a Don José Ladislao da Terra junto con Don Carlos Grauert. Un día de donde vinieron todos los hermanos de Gumersindo, de donde vinieron los Brum, holandeses de la frontera entre Uruguayana y el Cuareim.

Ese país, además, que nos ha dado tantas alegrías; la alegría de ver lo que somos con el presidente de la Suprema Corte, admiradores  fuimos de Manga y de Domingos Da Guía, la alegría de Pelé y la alegría de Ghiggia: nos ha dado todas las alegrías.

Ese Brasil,  además, que nos ha dado lo mejor de su poesía, de sus novelas, de sus escritores, de aquellos inclusive que hicieron del Brasil para nosotros una cosa de vida de todos los días. De ese Brasil, además, que nos mostró a lo largo de la historia una suerte de grandes estadistas que lo han hecho,  sin ninguna duda, ser admirado y respetado en  el mundo, esa formidable trilogía:. Nabuco, Ruy  Barbosa y Río Branco.

Sin ninguna duda hoy tenemos ese regalo entre nosotros, porque -también sin ninguna duda- el señor Presidente Fernando Henrique Cardoso, con quienes le acompañan, pertenece a ese grupo de hombres. Sin ninguna duda cuando él deje la Presidencia de la República, vamos a poder decir de él lo mismo que un día se dijo de Río Branco: es el mayor brasilero vivo. Y sin ninguna duda le tenemos que decir que usted cree que está equivocado si se va en octubre. Usted va a quedar, como nuestros antiguos Presidentes, el amigo Sanguinetti y el amigo Lacalle, trabajando por las cosas de América. Porque lo necesitamos que quede trabajando por las cosas de América. Porque no vivimos un tiempo de desdichas; vivimos un tiempo de oportunidades, vivimos un formidable tiempo de cambios, en donde quizás ustedes más que ningún otro, van a poder persuadir, van a poder convencer, van a poder hacer que nos conozcan mejor, que nos entiendan y que sepan que este es el instante en el cual América puede estar empujándose a sí misma hacia la nada o, por el contrario, consolidándose en algo que nos permita a todos crecer con libertad. No hace mucho tiempo, pocos días hace, el gobierno norteamericano sin ninguna duda tuvo un gesto muy importante tanto en Brasil como en el Uruguay. En momentos en que teníamos dificultades injustas, pero que eran reales, que las vivíamos, yo tuve oportunidad de escribir unas líneas entonces al presidente Bush, y decirle que América lo que necesitaba era trabajo y educación. Más que préstamos, que a veces son imprescindibles, lo que necesitábamos era trabajo y educación. Pero para alcanzar trabajo y para que la educación transforme al individuo en un ser más libre, necesitamos accesos para que ese trabajo de nuestros americanos pueda llegar a donde él fructifique en bienes, que con libertad, y con la justicia que cada uno podemos y sabemos hacer, beneficie al continente entero. Y para eso necesitamos además que los flujos financieros lleguen a todos. Porque no tendría sentido tener una puerta abierta, pero no poder financiar las cosas que podemos hacer para entrar por esa puerta. Muchas veces -y siempre, no muchas veces- los gobernantes no tenemos tiempo ni de reflexionar ni de pensar. Vivimos siempre arriba del tambor. Cada cosa es inmediata,  cada cosa es urgente, cada cosa es impostergable. Acá hay dos de ustedes, que tienen una licencia breve. ¿Pero qué es una licencia breve?. Seguramente ustedes, con Zedillo, y con algún otro, se puedan juntar para ir  adonde las puertas a ustedes se les van a abrir y las voces de ustedes van a ser escuchadas. Adonde sin ninguna duda, ustedes van a representar a América mejor que nadie. Y usted, señor presidente Cardoso, tiene una tarea para hacer. Es un mandato que le viene de su padre y de su abuelo. Es un mandato que Rio Branco lo explica con tanta claridad. Y ese mandato está por cumplirse y es el tiempo de llevarlo adelante y a usted le toca, señor presidente. Brindo, por tanto -cuándo nos den champagne- por el Brasil, por el Uruguay, por la amistad entrañable que nos tenemos, por las muchas cosas buenas que vamos a poder hacer juntos, por la señora Ruth, por usted, señor Presidente y por todos quienes hoy lo han acompañado y nos han, con vuestra presencia, hecho vivir un momento de felicidad y de alegría. Muchas gracias, Presidente.

 

Palabras del Presidente Fernando Enrique Cardoso en la cena ofrecida en su honor por el Presidente de la República, Jorge Batlle  

Montevideo, 20-08-02

 

PRESIDENTE CARDOSO: Mi estimado amigo, don Jorge Batlle; doña Mercedes; Presidente de la Cámara; Presidente de la Corte Suprema;  Vicepresidente de Brasil; cancilleres; embajadores; amigo Sanguinetti, señoras y señores:

Yo sigo siempre, o casi siempre, el protocolo. Entonces, cuando me asomo a un micrófono, ya viene mi discurso para que yo lo lea y normalmente no lo leo. No lo leo porque no sé leer. Es verdad, no fui entrenado para la lectura. Pero cuando escuchaba hablar a Batlle, bueno, no puedo leer nada, porque después de lo que dijo él tengo que hablar del corazón para la boca, con sencillez, con amistad y con reconocimiento.       

Rara veces yo he estado tan feliz en mi vida como las veces que he estado acá, en Montevideo. Fueron tantas, fui saludado por tantas gentes, para mencionar a dos presidentes que están acá, todos. Y siempre, siempre, me han conmovido. Porque se nota que las palabras son palabras de gentes que son realmente hermanos. A lo mejor tenemos formación distinta, tenemos trayectorias políticas distintas, pero hay algo que nos une y ese algo no es difícil de buscar: es la amistad entre  Uruguay y Brasil, es el hecho de que nosotros compartimos los mismos valores y algo que me parece un poco raro de comprender. Yo alguna vez estaba viviendo en París, en los años 60 o 61. Yo nunca había estado en los Estados Unidos antes, porque no me lo permitieron. Y entonces desde París logré en mi pasaporte una autorización para ir a Estados Unidos; fui con Ruth. Y en aquél entonces, años 50, nosotros todos estábamos muy entusiasmados con muchas ideas, desde luego queríamos cambiar el mundo, como sigo queriendo quizás de otro modo; y estábamos muy entusiasmados todos. Éramos lectores apasionados de Sartre. Sartre anduvo por Brasil y fue una cosa sensacional; cenó en mi casa. Yo era muy joven, éramos muy jóvenes. Entonces, teníamos un sentimiento tan casi, no diría antiamericano, sino cierta resistencia a Estados Unidos. La formación era europea, desde muy pequeño sabía francés pero no inglés, y cuando llegamos a Nueva York yo me di cuenta de pronto que yo me sentía a gusto, me sentía en mi casa y eso no me gustaba, no me gustaba ese espacio. Bueno, después de a poco me fui dando cuenta de que sería quizás el espacio. Estados Unidos es un país en ese sentido es como Brasil, con grandes espacios, movilidad, movilidad geográfica,  una cierta inconformidad con las jerarquías, poco formalismo, pero me costó. Bueno, la primera vez que llegué a Montevideo -hace mucho tiempo- yo me sentí en casa también, pero no necesité preguntarme por qué. No me inquietó, porque me sentía realmente en mi casa; sabia que estaba en casa ajena, pero me sentía sí en mi casa. Y son tantas las convergencias culturales, de pensamiento, sentimiento, que realmente no hay ningún otro país en el cuál un brasileño puede sentirse tan a gusto como en el Uruguay, y mire que yo conozco muchísimos países, tengo relaciones muy buenas con muchos países, viví en Chile, digo siempre que  mi segunda patria es Chile, pero es distinto. Chile es otro país. Hay algo distinto, no sé si será en  la geografía, la sociedad, la sociabilidad, el espíritu, el humor; aquí uno se siente más, como si estuviéramos en nuestra propia casa. Pero más que eso, esta tarde mencioné en la Asamblea cuánto yo he aprendido con Uruguay y una cosa sencilla que vi cuando fui a ver a usted, Presidente Batlle: una bandera con “Libertad o Muerte”. Yo dije, bueno, en Brasil es “Independencia o Muerte”. Son cosas distintas. Allá se está buscando el Estado, la independencia de un país, aquí la ciudadanía. Y ese espíritu ciudadano, que es muy uruguayo, quizás sea eso lo que nos hace sentir aquí muy a nuestro gusto, por lo menos a nosotros que somos demócratas. Pero la influencia de Uruguay es mucho más profunda de lo que uno piensa. Yo hice mi tesis de doctorado sobre el sur de Brasil, sobre Rio Grande do Sul, sobre la esclavitud en Rio Grande, sobre la manufactura de carne, de los saladeros en el sur y justamente me tocaba comparar el saladero de Brasil con el saladero acá y en  Argentina, porque acá la mano de obra no era esclava y en Brasil sí. Y yo quería ver cuáles eran los límites de la esclavitud enmarcada en el capitalismo.

Entonces, leí mucho sobre Uruguay desde entonces. Y además, como también he mencionado, en mi misma casa paterna el Uruguay ha sido siempre presente. Mi padre vivió porque era militar, como el padre Yaguaribe,  muchos años en Yaguarón, Yaguarón de Brasil, pero aquí en la frontera. Y hablaba un poco acastellanado y tomaba mate. Bueno; pero, más que eso, antes de eso, ahí nos peleamos. Porque don Julio Sanguinetti tiene una cierta relación de familia con los Saravia que son Saraiva,  Gumersindo Saraiva. Mi abuelo peleó contra Gumersino Saravia por la República entonces del Sur en Brasil. O sea, peleándonos o no, la verdad es que estamos juntos. Estamos juntos. Y la formación es la misma.

Yo creo que Uruguay sigue siendo un país que deja marcas muy, muy profundas; incluso, es raro de comprender cómo un país con una población tan pequeña tiene una marca tan fuerte y que se ve por todos lados. Se ve la marca – mencioné yo algunas cosas de mi experiencia - pero también la formación intelectual, yo soy sociólogo. Aquí había uno que se llamaba Aldo Solari, con quien he trabajado y quien me ha influenciado. Y muchos otros más. Pero no sólo eso: cuando se va a los organismos internacionales hay muchos uruguayos; con fuerza -no me refiero a Enrique Iglesias, ¿eh? – pero hay muchos otros más. Porque Uruguay tiene esta capacidad de expresar algo mejor quizás que todos los demás latinoamericanos: siendo muy peculiar, es latinoamericano.

Entonces, realmente, yo quiero agradecerles por el hecho de poder tener esas experiencias con ustedes. Pero, quisiera decirle algo, Presidente, más personal. Yo muy a menudo hablo con usted por teléfono. Quizás es de los Presidentes con quien más hablo: está ahí con Ricardo Lagos. ¿Y por qué hablo? Claro, a veces hablo porque está obligado a hablar. No, no; hablo porque siempre encuentro en la imaginación del Presidente Batlle algo que yo no había percibido: imagina soluciones. Me propone cosas. Siempre con esa generosidad de que Brasil tiene que hacer eso. Brasil, cuando él habla conmigo soy yo que tengo que hacer. Y siempre me está motivando para hacer algo. Y me motiva para hacer cosas que yo no sé siquiera, no tengo competencia para hacerlas, como lo hizo ahora recién él.  Y tengo siempre la sensación al hablar con él que yo no voy a tener jamás la posibilidad de jubilarme. Y hoy llego acá para recibirr una cena de amistad y me condena a trabajar una vez más. Es cierto también mi profuso colega es formidable, vamos a trabajar juntos, pero vamos a seguir trabajando.

Este es el Presidente Jorge Batlle, un hombre de imaginación, de pugnacidad, cuando quiere, quiere y busca soluciones que yo creo que normalmente no se las ve en la conversación cotidiana. Al principio, la primera reacción, a veces es “¿Será posible? ¿No estará imaginando? ¿No se le fue la mano?”. Y después no; se ve que aún cuando se le vaya un poco la mano, tiene razón. Tiene razón. Es una persona que realmente también tiene esta marca formidable. Habló aquí de Brasil, de la música brasileña, y todo eso. Él tiene un enorme conocimiento de la historia de Brasil y eso también el Presidente Sanguinetti es otro maestro en conocer nuestra historia, que es una historia complicadísima, que aún nosotros tenemos dificultades para entenderla bien, y a veces preferimos ni siquiera entenderla: mejor no entenderla. Y mire que el Presidente Jorge Batlle es un hombre que es capaz de todo eso. Más, todavía. Yo cuando vine aquí a la trasmisión de mando, me quedé fascinado, porque él contó la historia de su familia: es la historia de Uruguay. Yo conozco algo, porque conocí algo bien de don José Batlle y Ordóñez cuando hice estudios sobre América Latina. Pero él me contó toda esa historia. No es fácil ser descendiente de tal familia y tener marca propia. Don Jorge la tiene. Don Jorge la tiene. Entonces yo creo que lo que él dijo sobre lo que hice yo fue por su imaginación y su generosidad. Lo que yo estoy diciendo, no, es la pura verdad.

Y como me gusta decir la pura verdad, yo no voy a seguir trabajando, Presidente. Usted tendrá que llamarme muchas veces por teléfono, poner a Julio a tratar de ver si me arranca para trabajar. Pero esté seguro usted, voy a seguir trabajando en lo cotidiano, cuando sea necesario. Como los vientos no son los mejores, y no lo son, y como a nosotros en esta fase nos tocan días difíciles, y como yo veo que nosotros todos vemos más o menos de la misma manera que los tiempos venideros no van a ser calmos, entonces yo creo que sí usted tiene razón. No me corresponderá cerrar los ojos y mucho menos dejar de hacer lo que yo pueda para poder seguir diciendo que todo lo que yo he recibido en mi vida, especialmente acá en Uruguay, en fin, no va a ser desconsiderado por mí.

Yo me siento a partir de este momento un soldado suyo. Ordene que yo cumpliré. Muchas gracias.