16/09/02 

CANCILLER PARTICIPA DE CONMEMORACIÓN DE OEA

El Canciller Didier Opertti, participó en la Sesión Especial del Consejo Permanente de la OEA de esta mañana, dedicada a la conmemoración del primer aniversario de da Carta Democrática Interamericana.

El Ministro Opertti efectuó Dicha exposición en nombre de los países  del Grupo Aladi.  

DISCURSO DEL MINISTRO DE RELACIONES EXTERIORES DEL  URUGUAY EN LA SESIÓN PROTOCOLAR DEL CONSEJO PERMANENTE CELEBRADA EL 16 DE SEPTIEMBRE DE 2002

MINISTRO DE RELACIONES EXTERIORES DEL URUGUAY:  Muchas gracias.

Señor Presidente de la República del Perú y su distinguida esposa, señor Presidente del Consejo Permanente, señor Secretario General, señores subsecretarios, viceministros, señores embajadores y delegados aquí presentes, señores invitados especiales, señoras y señores:

Por encargo o comisión de un grupo de representantes permanentes integrantes de este Consejo, agrupados bajo la denominación de grupo ALADI, dirijo a ustedes algunas reflexiones, que no tienen otro objeto que subrayar aspectos ya en buena medida definidos, e incluso extendidos, por los participantes que han precedido, particularmente en la palabra del señor Presidente del Perú a cuyo país cupo la feliz iniciativa de introducir en el diálogo regional una propuesta, que luego se reflejara en lo que hoy, con orgullo y con sentimiento, proclamamos como la Carta Democrática Interamericana.

Yo quisiera decir, señoras y señores, que nuestra concepción de la Carta Democrática Interamericana individualiza esta como una etapa dentro de un proceso, un proceso en el cual la dialéctica entre el principio de no intervención y la responsabilidad de la organización internacional regional ha estado presente.  No están tan lejos los días en los cuales nuestra región debatía acerca de la imposibilidad de abrir opinión o juicio sobre los procesos internos de cada república o de cada Estado, desde que ello podía lesionar o erosionar de alguna manera ese principio que había servido de cartabón, de pasaporte internacional de la región, para con ello crear una barrera defensiva frente a lo que podía ser una indebida injerencia externa.

Fue necesario que se proclamaran valores que estuvieren por encima de los principios operativos del Sistema, para que la comunidad regional entera asumiera que el principio de no intervención no puede constituirse en el único principio definidor del Sistema.  La política en materia de protección de los derechos humanos, la política de favorecer en una buena medida el diálogo entre la autodeterminación de los pueblos como un factor relevante en el equilibrio de las Constituciones, llevó sin duda a abrir este espacio de hoy día.  Era inimaginable hace treinta años una Carta Democrática Interamericana en la OEA, absolutamente inimaginable; inimaginable porque todavía la organización internacional no había recorrido el espacio del mandato del Compromiso d  Santiago, no había recorrido el espacio de la resolución AG/RES. 1080 (XXI-O/91), estaba aún lejos de Compromiso de Nassau, estaba aun más lejos del compromiso de Managua y, ciertamente, del Protocolo de Washington.

Por lo tanto, miremos la Carta no como un fenómeno mágico, instantáneo, que aparece de una manera –diríamos– casi insólita, sino que aparece en un contexto no siempre bien comprendido en la evolución de la Organización, no siempre bien aceptado por el conjunto de los Estados.  Porque el proceso, naturalmente, no es solo normativo, señor Presidente; es también histórico, es también político.  Y la historia y la política son elemento que difícilmente puedan sintonizarse con hondas similares cuando los protagonistas que lo viven están ocupando veredas distintas.

Esta Carta Democrática Interamericana es vista por nosotros, por los que hemos tenido, desde siempre, un compromiso muy fuerte con el multilateralismo, tanto universal como regional, con una interpretación auténtica de la Carta de la OEA.  Y esto no es una respuesta solo a la pregunta de cuál es el valor jurídico de la Carta Democrática Interamericana, que, ciertamente, no es menor dar respuesta a esa pregunta.  Pero es también la respuesta a la cuestión política de cómo esta Carta sintoniza, armoniza, con el sistema en su conjunto.

Hemos conversado con Manuel Rodríguez –que lo veo allí.  Yo participo aquí en un ágora de representantes donde me siento, naturalmente, muy cómodo.  Y veo a usted y recuerdo nuestra conversación en nuestro despacho en Montevideo, en donde nos preguntábamos cómo hacer de la Carta una resolución que al mismo tiempo tuviera el rango propio de un instrumento internacional vinculante, por encima del propio nivel normativo que la pirámide jerárquica de la OEA le asignaba.  Y ahí surgió, en ese diálogo, sin duda rico, por lo menos en intención, el de hacer de esta Carta un capítulo en el desarrollo progresivo de nuestro derecho interamericano contemporáneo, y dándole el carácter de una interpretación auténtica.  La Asamblea General, órgano superior del Sistema, interpreta esta Carta como un desarrollo progresivo de la Carta de la OEA.  Y este es el rango que tiene.  Por lo tanto, difícilmente pudiera derogarse la Carta Interamericana abandonando este criterio.  No puedo imaginar con claridad aún cuál podría ser el procedimiento para modificarla e incluso mejorarla.  Pero estoy claro en que su modificación, su profundización, su desarrollo, están íntimamente ligados a ese verbo matriz inicial de vincularla con la Carta de la OEA.

Otra reflexión que quiero compartir también es que la democracia no es un sistema ecuménico, no es un sistema universal.  Y la Carta modestamente lo reconoce.  Dice que es un derecho de los pueblos de América, es decir, no dice que sea un derecho de los pueblos del mundo, no porque reniegue de la concepción de … que podría llevarnos a concebirlo como una vocación de participación e igualdad de todos los ciudadanos en los distintos confines del mundo, sino porque este compromiso es político y al ser político guarda un estrecho vínculo con definiciones que cada civilización se ha dado a sí misma, que cada Estado se ha dado a sí mismo.  Y esta es la razón por la cual nuestra Carta Democrática Interamericana constituye un verdadero sello de distinción.  Es decir, cuando llegamos a las Naciones Unidas podemos decir en ella que para nuestra región el sistema democrático constituye una base esencial de nuestra organización social, de nuestra organización política, de nuestro modo de responder a esa dialéctica permanente de los derechos individuales y el bien colectivo.

Otra reflexión que quería hacer es que la Carta, a nuestro juicio, toma como gran interlocutor a los Estados.  Son los Estados y los Gobiernos.  La Carta Democrática Interamericana está referida a la responsabilidad que le cabe a los gobiernos, y naturalmente a los Estados, de mantener el sistema democrático como base del estado de derecho.  Es decir, es una Carta política, no es una política, no es una carta dirigida al comportamiento individual o asociado de ciudadanos y partidos políticos.  Esa es una asignatura pendiente.  A ese fenómeno de la cultura democrática y a la reorganización de los partidos políticos y al carácter transparente de su integración y decisiones y financiamiento es donde quizá la OEA deba prestarle en los próximos tiempos una atención primaria.  Y, naturalmente, la Carta es un documento de prospectiva.  La Carta no es solo un documento de fotografía instantánea.

Y como es de prospectiva, inteligentemente en ella en ella está previsto ese capítulo al que nosotros le asignamos particular relieve, que es el de la cultura democrática.

No hay sistema político capaz de resistir la irritación de la gente, la inestabilidad social, las demandas, muchas veces impostergables, otras veces alentadas por grupos interesados no en fortalecer el Sistema sino en jaquearlo, en debilitarlo.  No habrá verdaderamente al interno de cada sistema, si no hacemos de los factores de decisión política factores conscientes, factores que reflejen no solo el sentimiento y el pensamiento de la gente, sino también ellos se correspondan con una obligación de representación, en la que el representado ve en el representante alguien que le agrega, alguien que no le resta; no solo que lo refleja, sino que lo sublima, que lo enaltece, que lo mejora, vale decir, que le completa de alguna manera ese fenómeno tan relevante que está en la esencia misma del pensamiento democrático, que es la representatividad.  Y la representatividad es la que a nosotros nos lleva a tener una posición también un tanto matizada con respecto al papel de la sociedad civil.  Y lo decimos sin ambigüedades, lo decimos sin inhibiciones:  creemos que la sociedad civil tiene grados de desarrollo y el supremo grado de desarrollo de la sociedad civil es la sociedad política.  La sociedad política es el más alto grado de desarrollo de la sociedad civil, porque es aquélla en la cual alguien asume la responsabilidad de ofrecerse al colectivo para que este le asigne misiones o encargos, y tiene, además, la responsabilidad subsiguiente de rendir cuentas y la responsabilidad, además, de nutrirse no solo del pensamiento de ese colectivo sino de su propia manutención.  Y estos son los elementos que distinguen a un Estado de lo que es un Estado, aun gobierno de lo que es una corporación, a una organización no gubernamental de una persona pública estatal.  Esas son las diferencias.  Esos son los matices.

Por lo tanto, reconozcamos que dentro de un proceso de restablecimiento democrático debemos hacer que la sociedad civil conviva con el Estado, pero no desde una posición de confrontación o de choque o de hostigamiento, sino de complementariedad para que los espacios que le están asignados a una y a otro no sean vistos como espacios de competencia, como espacios de puja, sino como espacios de complementariedad.

Y un mundo que hace muchas veces de la sociedad civil, y las ONG en particular, una especie de cartabón ético que se confronta y se pone como un modelo frente a lo que podría ser los excesos o las no condiciones o condiciones negativas del sistema político, nosotros levantamos la otra idea:  la idea de fortalecer la sociedad política.  La democracia es un fenómeno que se nutre, que se alienta, que se inspira, en el funcionamiento de las colectividades políticas.  No hay democracia sin partidos políticos, ni hay democracia sin pluralismo político.  Podrá haber otras formas, podrá haber otras maneras.  Pero no usemos, por favor, la palabra democracia que, en definitiva, implica el juego libre de todos los ciudadanos organizadamente, fundamentalmente para poner en ejercicio efectivo el fenómeno de la representatividad.

Yo simplemente quisiera señalar en esta ocasión que la OEA, muchas veces vituperada, muchas veces criticada, acaso como un remanente todavía soterrado de tiempos, a mi juicio, extinguidos, muertos, de tiempos de Guerra Fría, de tiempos de alineamiento, de tiempos de legitimación de actitudes muchas veces contrarias al propio derecho internacional, hoy día es una Organización distinta.  Esta OEA tiene hoy día una agenda, que pasa por el eje de la defensa de los valores esenciales de la región.  El papel de la OEA en la lucha contra el narcotráfico operativo, efectivo, quizá no lo suficiente porque estamos frente a un enemigo dotado de recursos inmensos que derivan de esa sobredosis consumista que afecta hoy a la sociedad contemporánea.

Pero esta OEA transcurre por ese tema.  Transcurre también por el tema de la racionalidad en la toma de decisiones de los Estados, y hace un esfuerzo fuerte, importante, significativo, por el desarrollo de nuevos instrumentos como los tenemos, desde el Protocolo de Cartagena, desde los Protocolos de Managua, desde el Protocolo de Washington.  Es decir, se ha ido mejorando a sí misma como Organización.  No se ha estacionado; a diferencia de las Naciones Unidas, que se han estacionado, que siguen con la Carta de San Francisco, que solo la modificaron para modificar el número de miembros del Consejo de Seguridad y que no representan en su cuerpo orgánico a los 192 países que integran la Organización.

Esta Organización ha tenido sentido autocrítico.  Quizá porque, precisamente, su integración tiene como soporte el pensamiento democrático.  Quizá porque en el interior de esta y otras instancias de resolución de esta Organización rige el principio de que todos somos iguales en el ejercicio de nuestra libertad y de acción y de propuesta.  Y ese cuadro no se refleja a escala universal aún.  Y, por lo tanto, es natural que esta Organización haya cambiado con más prontitud y espontaneidad que el propio sistema universal.

Por eso, cuando nosotros llegamos a las Naciones Unidas como representantes de Gobiernos de países miembros de la OEA no debemos sentir la inhibición de mostrar este activo democrático.  Debemos sentir, por el contrario, el desafío de hacerlo como una muestra de atención y un llamado a los demás a convocarlos a una similar reflexión.

He escuchado con atención en estos días discursos, incluidos el del propio Presidente Toledo aquí presente en la mañana de hoy.  Y muchos de esos discursos apuntan al tema de la necesidad de mejorar el funcionamiento de la Asamblea General.  ¿Y, por qué?  Porque la Asamblea General es el órgano, por definición, democrático del Sistema.  Y, sin embargo, está dotado de representatividad pero carente de poder.  Tiene una gran representatividad; allí está el mundo sentado.  Sin embargo, no es precisamente ese órgano el que toma las decisiones esenciales que hacen a la paz, a la seguridad y al desarrollo. Las decisiones están en otro lado; algunas en los cuerpos políticos del Sistema y otras en los cuerpos económico-financieros.

Concluyo, señor Presidente, diciendo:  hay elementos esenciales en esta Carta, cuyo estudio no se agota en esta ni en otras presentaciones de la mañana de hoy o de los días siguientes.  Tendremos, por ejemplo, que saber cuáles son los alcances de nuestro concepto de democracia representativa; cuál es el laudo que ha definido el problema de la participación y la democracia representativa, aludo que fue tomado en efectivo, por cuanto ante la propuesta de la inclusión de la palabra “democracia participativa” quedó como remanente “democracia representativa”.  Esto nos obliga, por lo tanto, a profundizar el concepto de democracia representativa.  No es una mera palabra; no es un mero rótulo.  Es mucho más que ello.  Es el ejercicio efectivo de la representación.

Pero la democracia no se defenderá sola, defendiendo ese sistema de toma de decisiones.  La democracia se defenderá si logramos que nuestros ciudadanos la perciban como el modo más apto para dar satisfacción a sus necesidades, como el modo más expresivo de atender sus demandas; no como el simple juego de ajedrez de un sistema que funciona sobre el tradicional principio de la separación e independencia de poderes, ciertamente básico y fundamental.  Sino que también funciona sobre el principio de que cada uno tiene un lugar en el mundo y tiene un derecho en él para jugar, él, individualmente, su familia, su pueblo, su gente.  Y eso no está dentro de la OEA ni está tampoco dentro de Naciones Unidas.  Está dentro del mundo globalizado, en esos mecanismos aún imperfectos del sistema económico y del sistema financiero.

No voy a repetir aquí, textualmente, lo que ha sido la idea fuerza o central de nuestro gobierno y de nuestros presidentes a lo largo de los últimos años, restablecido el proceso democrático.  Las contadurías de nuestros países no pueden competir con las contadurías de los países desarrollados.  Pero nuestras economías, nuestros sistemas de producción, nuestra capacidad de incluir en la sociedad nuevos bienes, nuevos valores, con imaginación y calidad, son, sí, el vehículo para que podamos competir libremente.  Por eso: defendamos el sistema democrático; hagámoslo como, a través de este instrumento, lo hace la OEA.  Pero también tengamos claro que el hostigamiento a la democracia no viene solo como la ruptura o afectación del ejercicio legítimo del poder por los representantes.  Viene también por causas en las cuales tenemos que poner no menor atención.  El Presidente Toledo lo ha señalado:  la lucha, sin vacilación ni pausa, contra la pobreza; la lucha por la búsqueda de niveles dignos de sociedad, que pasa por una mejor repartición de la riqueza, que pasa por un mejor acceso a la educación, que pasa por un mejor acceso a la técnica y al conocimiento y que pasa, en definitiva, por esos que, a mi juicio, juiciosamente la Carta ha establecido como el desarrollo de la cultura democrática.

Muchas gracias.