26/06/2003
PRESIDENTE BATLLE: Por suerte el país,
que vive en un tránsito hacia una paz estable y permanente, tiene en su
seno distintas organizaciones que como ésta, más allá del quehacer
político cotidiano, abre sus puertas con el propósito de detenerse en
las cosas de todos los días y pensar y reflexionar sobre el futuro.
Me ha tocado a mí, en su momento,
participar en discusiones y temas de este tipo en el Instituto Manuel
Oribe, en la organización que preside el señor General Seregni, el
"Instituto 1815". Y en su momento, nosotros mismos tratamos de
trabajar sobre cosas de siempre, permanentes, de puntos de vista que
tienen que ver no solamente con el ayer, para buscar nuestras raíces,
sino con el futuro de la fundación Prudencio Vázquez y Vega a la que en
su momento, cuando el tiempo y las condiciones me lo permitan, la
volveremos a impulsar.
Hoy estamos acá participando de la
apertura de un centro de reflexión, de un centro de estudios que lleva el
nombre de un ciudadano que, sin ninguna duda, merece que su nombre presida
este instituto de trabajo y de reflexión: Don Jorge Pacheco Areco.
Yo creo que todos ustedes, de alguna
forma, salvo quizá los jóvenes que están aquí presentes, tuvieron la
fortuna de conocerlo a Don Jorge Pacheco Areco. Así también nosotros, y
considero que sobre él posiblemente mucha gente tenga una impresión
diferente a la real.
Don Jorge Pacheco Areco no fue un hombre
de guerra ni de confrontaciones; era un hombre no solamente abierto,
aunque quizá aparentemente no muy expresivo en su decir en cuanto a que
no era una persona de esos grandes conversadores o "prosaire",
como dirían los franceses, sino que era una persona más vale de
expresión corta pero muy certera, de una ironía muy fina y muy aguda y
una inteligencia muy clara.
Se sentía a sí mismo como un hombre
más del pueblo del Uruguay. Así fue su vida; toda su vida fue así.
Las circunstancias de la vida lo
colocaron en la Presidencia de la República, en la necesidad de enfrentar
destinos tremendamente difíciles; quizá mucho más difíciles que los
que en su momento les tocó enfrentar, tanto al doctor Sanguinetti como al
doctor Lacalle.
En esa materia, yo he tenido un poco
más de suerte: me ha tocado momentos más difíciles que ellos.
De cualquier manera, la Presidencia
exige que los ciudadanos que llegan a ella, asuman las responsabilidades
que las circunstancias le ponen por delante.
Creo que Pacheco ha de haber sido el
primero que se sintió en la necesidad de asombrarse ante los hechos que
le tocaba enfrentar. Ni él ni ninguno de nosotros pensaba que tales cosas
pudieran ocurrir en el país.
En esa materia, sería bueno recordar
las palabras pronunciadas por el entonces Presidente de la República,
doctor Oscar Gestido, el 1º de marzo, cuando en su discurso, bajo la
Asamblea General dijo que no podíamos vivir bajo la ley de la selva en
esta sociedad.
Pensando de esta manera, que ese
consenso al cual se refirió el Presidente Pacheco, en alguna medida,
también lo refirió el Presidente Gestido, tenía que surgir del
entendimiento y de la paz entre nosotros. Y que no había nadie que tenía
el derecho de creerse tan iluminado que pudiera imponerle al resto de los
uruguayos su manera de pensar o cualquiera forma que ella fuese imponerle
su manera de pensar.
Han pasado muchos años desde aquellos
tiempos, y, precisamente en estos días se recuerdan también otras
fechas. Y yo creo que el mejor homenaje que le podemos hacer a Pacheco
Areco, como condición para poder a partir del día de hoy, comenzar a
trabajar en su recuerdo, es rescatar de él la esencia de su ser.
Era un hombre de paz; era un hombre que
quería ser un uruguayo más, un hombre que pudo transformarse en una
persona, que llegó a tener detrás de sí una enorme voluntad, que lo
apoyó y que lo sostuvo, porque lo sintió –precisamente- uno más de
ellos mismos.
Y esto es lo que el país hoy más que
nunca necesita. El país necesita recordar el ayer para no tropezar con la
misma piedra.
Nunca, nadie, si es que hay alguien que
pueda sentirse libre de pecado, y que no haya él tirado ninguna piedra.
El país, antes que nada, tiene que
sentir y lo que le debe importar es el pasado como una información que
tiene que estar siempre frente a nosotros para no cometer los mismos
errores.
Lo que importa para el Uruguay es el
porvenir.
Y si Pacheco Areco estuviera aquí con
nosotros, estoy seguro que levantaría su voz en ese sentido. Porque él
era un hombre de esperanza; era un hombre sencillo, un hombre entregado a
la amistad.
Fue, sin ninguna duda, para sus amigos
un hombre que desde antes de la Presidencia, y desde después de la
Presidencia, conservó ese sagrado tesoro: el de la amistad de los mismos
que habiéndolo sido antes, lo siguieron viendo hasta el último día de
su vida en la misma condición.
Un hombre firme, un hombre claro, un
hombre culto, un hombre que manejaba el idioma español como muy pocos he
visto; un hombre honrado.
No me gusta recordar al Pacheco Areco
que tuvo la necesidad de enfrentar cosas muy duras; me gusta recordar al
Pacheco Areco que hizo en el medio de esas cosas cumplir la ley, respetar
la Constitución, dar elecciones libres, hacer cuanto pudo hacer por el
prójimo.
Y bajar a su casa, a vivir entre los
suyos, sin ningún tipo de rencor, sin ningún tipo de problema que le
hiciera bajar la vista ante nadie.
Eso es lo que creo que más que ninguna
otra cosa hoy nos debe guiar.
Hoy estamos, sin ninguna duda, saliendo
de las dificultades mayores que en el orden financiero y en muchos otros
órdenes tuvo el país en los últimos 100 años; más que nunca unidos
pensando en el futuro, más que nunca dejando atrás las dificultades de
todo tipo que vivimos y sumando lo positivo para hacer -como siempre lo ha
sido de este país- un gran país.
Pacheco se lo merece.
Muchas gracias.