18/05/03
EVOCACIÓN
DE BATALLA DE LAS PIEDRAS
El
Ministro de Educación y Cultura, Leonardo Guzmán, habló en nombre del
Poder Ejecutivo al cumplirse el 192° aniversario de la Batalla de las
Piedras en acto donde participó el Presidente Jorge Batlle.
PALABRAS
DEL MINISTRO DE EDUCACIÓN Y CULTURA, LEONARDO GUZMÁN, DURANTE EL ACTO
CONMEMORATIVO DEL 192° ANIVERSARIO DE LA BATALLA DE LAS PIEDRAS
18/05/2003
MINISTRO
GUZMÁN: Señor Presidente de la República, señores Ministros,
Comandantes en Jefes, señor Intendente, autoridades todas, ciudadanos
todos:
Tengo
el honor de representar al Poder Ejecutivo de un país en paz y en
libertad, y eso no es el fruto ni de una casualidad histórica, ni de un
proceso sociológico, sino de una batalla moral, espiritual y cívica, que
empezó a vibrarse en las conciencias, y encontró su primer expresión
precisamente acá, en Las Piedras, hace 192 años.
La
Banda Oriental ya había perfilado su identidad cuando enfrenta la
destitución de Elio por Liniers, y el Cabildo de Montevideo -en sesión
de Cabildo Abierto- dispone el 21 de setiembre de 1808 obedecer pero no
cumplir, y en definitiva, resistir aquella resolución llegada desde
Buenos Aires.
La
Banda Oriental había contribuido ya en febrero de 1811, el 28
precisamente, con el Grito de Asencio, donde Viera y Benavides habían
marcado la línea de independencia de espíritu antes aun de formar
el Ejército, que empezó siendo una labor de la decisión ínfima, una
labor de conciencia.
Artigas había cruzado a
Buenos Aires y se había puesto a la orden de la Revolución de Mayo, y
venía a liberar la Banda Oriental con todo su prestigio, y acá libra la
batalla, viendo recién a ese símbolo viviente de las maestras de todos
los tiempos a quienes tanta gratitud le debemos, que es Teresita
González, me vino la página del inolvidable pedagogo, el Hermano
Damasceno, discutible en algunas opiniones, pero HD definitivamente
inscripto en el espíritu de muchas generaciones, como la nuestra, me vino
la página con la Batalla de Las Piedras: “todo el día y al atardecer,
11 muertos y 23 heridos”, y “clemencia para los vencidos".
Es el mismo brazo que se
alzó para enfrentar con la lealtad del combate el acto militar de un
Ejército de pueblo que nacía informal y con pocas armas, es el mismo
brazo que se alzó para combatir el que tiende la mano de clemencia. No es
en dos etapas históricas distintas, es en el mismo gesto del espíritu, y
no por casualidad. Pueblos hay altamente respetables y con modelos
ejemplares en buena parte de sus logros, que fueron formando en sucesivas
etapas distintos estados de ánimo.
Primero, tuvieron el
Feudalismo, luego, la consolidación o formación de sus Estados
nacionales, allá por el siglo XV o el siglo XVI, fue lo que sucedió en
Europa. Luego, vino el sentimiento de libertad, tanto por vía del
Renacimiento como por la revolución que significó la Ilustración.
Siglo tras siglo fueron
acumulando el sentimiento independentista y el sentimiento de libertad;
incluso, algunos pueblos llegan a su unidad tardíamente, como es el caso
de Italia, aquí en Canelones, donde hay tantos descendientes de italianos
que hicieron tanto por la vida del país, es natural evocarlos. Recién en
1870 Italia consigue su unificación.
El sentimiento de libertad
se abre paso trabajosamente a través de los siglos; distinto es el caso
del Uruguay. Acá nace la voluntad de independencia acompañando los
ideales de mayo a partir de una gesta iniciada, como dije antes, dos años
con anterioridad. Acá, en el mismo momento en que se abrazan los ideales
de mayo, se abraza la confraternidad: "Clemencia para los
vencidos".
Y antes de dos años
después de la Batalla de Las Piedras, el cinco de abril de 1813, se
pronuncia no sólo la Oración, sino también las Instrucciones, con lo
cual, el mismo brazo que se había alzado en armas, y el mismo brazo que
tendía su cordial clemencia hacia el otro, era el brazo que definía
conceptos para siempre. Abrazando, por instrucción definitiva de nuestro
Artigas, el sistema democrático y republicano garantizando la libertad en
toda su extensión imaginable, disponiendo combatir el despotismo militar
y asegurándole a los pueblos la libertad civil y religiosa.
Eso, que es el numen
inspirador, queda claro que sí, como bien decía el orador que me
precedió, mucho después que Artigas ha partido al
Paraguay. Es así como en la gesta independentista de 1825, se declara en
la Florida la Independencia, pero enseguida, realmente enseguida, el 5 de
setiembre de 1825, se decreta -por aquel Ejército que todavía tenía
mucho que batallar hasta que llegáramos a la Constitución de 1830, por
aquel pueblo que era cívico mientras luchaba y que era militar por dentro
y no solo por fuera, cuando tenía que serlo- se decreta, “considerando
que en los diversos periodos calamitosos que ha sufrido este país,
padecieron en su terrible sacudimientos hasta los seres más insensibles,
y por lo mismo, no dudando que esta amarga experiencia al desenvolverse el
actual sistema hizo temer a unos, persuadiéndole su mismo temor que
fueron practicable al realizar su libertad. Cuando otros aturdidos por la
sorpresa de un repentino cambio no tuvieron lugar ni aún para discurrir
con acierto hacia el porvenir, y estando persuadida de que todo americano
no puede dejar de ser un decidido patriota cuando ve en su suelo
autoridades tan legítimas, libre y legalmente creadas que jamás se
vieron en ninguna otra época, a graduado horror de concepto, hijo de
complicados momentos, y no de una mala intención, los extravíos en que
algunos paisanos han incurrido abrazando la opinión que creyeron más
análoga o en más próxima consonancia con sus verdaderos intereses. Y a
estos extravíos me remite, por este decreto, a un perpetuo olvido, para
que en virtud de él, en el término de un mes corrido desde su
publicación, se incorporen a las filas de los valerosos Defensores de la
Patria todos los que hayan desertado o rehusado pertenecer a ella. Y para
que los demás ciudadanos vuelvan al goce de este título y prerrogativas
que, como a tales les corresponden, sea cual fuere la situación y
circunstancias en que se hubiesen hallado respecto a opinión”.
Y todavía, apenas otro mes
después, el 4 de octubre de 1825, casi en vísperas de la Batalla de
Sarandi, Lavalleja decreta: “Todos los vecinos que hayan abandonado sus
propiedades y todos lo que por opiniones estén emigrados de los pueblos
de su residencia, pueden volver tranquilos y seguros de que, olvidado todo
lo pasado, solo sus hechos posteriores serán los que les harán o no
acreedores a las consideraciones de ciudadanos del país, asegurándoles
que por la predicha causa, nadie será perseguido. Bajo esta seguridad
también pueden venir a ser habitantes de esta provincia todos los hombres
de cualquier nación que sean y disfrutarán de las mismas prerrogativas”.
Fue
en los mismos tiempos de la batalla que el espíritu oriental se abría y
se volvía a abrir a la confraternidad con los adversarios, fue en esos
mismos tiempos que abrazó la más esperanzadora pausa de todas, las que
era esperanza en todos, entonces, y seguirá siendo esperanza en todos en
las generaciones nuevas que ya vemos simbolizadas en los niños que rodean
a esta tribuna, y que veremos siempre reflejadas en la mirada de quiénes
vendrán.
Las
generaciones nuevas, igual que las anteriores, discurrirán sobre muchas
cosas, reanalizarán causas, adoptarán algunas ideologías, rechazarán
otras, pero jamás, nadie, va a poder pronunciar un ideal más alto que el
ideal de libertad. Jamás nadie ha de superar el ideal que movía a
aquellos hombres que entregaron su vida para que nosotros
tuvieran una República libre.
Porque algunos que han
intentado abrazar entrando -como bien decía Merleau- Ponty, entrando de
buena fe en la mala fe, algunos que han intentado sostener ideologías que
negaban la libertad o se burlaban de
la libertad como mero prejuicio burgués o que creían que la libertad no
servía para nada, pueden decir lo que quieren gracias a que los
defensores de la libertad han restituido la libertad en el Uruguay para
siempre.
Y pueden estar seguros de
que dirán lo que quieran, pero tendrían un gran embarazo y se
sonrojarían y tartamudearían, si alguien les preguntara en serio si
existe en los pechos del hombre un ideal más alto que el ideal de
libertad. No podrían contestar nada.
Porque eso es así vemos en
esta fecha no sólo el símbolo de la primera victoria americana sobre fuerzas españolas; vemos también el
símbolo de la decisión de quienes tomaron la apuesta sin medir las
consecuencias, sin tener asesores de imagen, encuestadores, medidores de
la opinión pública. Fueron por
la convicción de que servían valores absolutos, y el valor absoluto es
el que permite mantener la cabeza en orden incluso cuando todos la pierden
alrededor, al certero decir de Rudyard Kipling.
El Uruguay abrazó la
bandera de la libertad, de la concordia y de la decisión personal. Con
ello estructuró una manera
de ser en la cual jamás la violencia podrá rebautizarse como fuerza,
porque la fuerza del Uruguay radica en decisiones del interior del
espíritu como ésta, en la cual hombres que no tenían mucho, salvo una
estrella clara que los guiara y la ley moral en el fondo de su corazón,
siguiendo a Kant sin haber leído a Kant,
fueron capaces de apostar a sus convicciones.
Fue combinando esa
decisión, esa apuesta, con la certidumbre de escuchar al otro tenderle la
mano al otro y poder efectuar la reconciliación todas las veces que
hiciera falta, que el Uruguay construyó su propia manera de tener la
fuerza, que radica en la manera de ser por dentro y en el modo de
discurrir colectivamente. Nuestra fuerza es, en definitiva, una mezcla de
decisión interior con capacidad para analizar, sintetizar, intuir y
entendernos. En menos palabras: nuestra fuerza radica en la capacidad para
razonar, en la capacidad para reeducarnos constantemente,
y en la capacidad para volver a apostar al futuro, más allá de
las discusiones ideológicas, de las circunstancias económicas y
sociales, porque en definitiva el Uruguay
nació independiente
apostando a la condición humana. En el
mismo acto resolvió ser independiente, libre, republicano y
humanista. En ese mismo acto, gesta que en sólo 19 años nos hace llegar
a una Constitución equilibrada y jurada por la ciudadana, en sólo 19
años, en esos mismos actos, en esa misma unificación de conceptos,
estábamos definiendo nuestra manera de
querer vivir colectivamente.
Si en 19 años se pudo
construir un país desde la Batalla de Las Piedras hasta la Jura de la
Constitución, ¿cómo no vamos a sentir imperativo usar el minuto
implacable para construir un punto de vista soberano y definitivo por el
cual podamos mirar hacia el porvenir
en vez de seguir debatiendo retrospectivamente de dos, tres y hasta
más décadas atrás.
El imperativo ya estaba,
pero lo renueva la evocación racional y emotiva que nos impone a cada uno
de nosotros el encuentro con ese pedazo de
Artigas con el que todos estamos obligados a dialogar por
dentro.
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