Presidente José Mujica
Gobierno no esperará que la prosperidad
resuelva situaciones de inequidad social
Tras comprometerse a
desempeñar lealmente el cargo de Presidente y defender la
Constitución, José Mujica, afirmó que presidirá un Gobierno
con vocación de acuerdos, buscando el diálogo porque "la
complementariedad de las piezas sociales es la que mejor
se ajusta a la realidad presente". Abogó por el desarrollo
de la educación, la vivienda, la aplicación de políticas de
Estado; un país agrointeligente y turístico, con logística
regional.
En el Palacio Legislativo, y tras la
entonación Himno nacional uruguayo, la Senadora y
Presidenta de la Asamblea General, Lucía Topolansky, fue la
encargada de tomar el juramento de José Mujica y Danilo
Astori, como Presidente y Vicepresidente electos.
Tras la declaración constitucional de
compromiso a desempeñar lealmente el cargo de Presidente y
defender la Constitución de la República, José Mujica,
tras un intenso aplauso, se dirigió a los legisladores,
presidentes de países amigos, cuerpo diplomático y demás
autoridades. En ese marco, agradeció muy especialmente a
todos los compatriotas que acompañaban la ceremonia desde
distintos puntos del país y del exterior.
Manifestó que le agradaría que su calidad
de Presidente electo no desaparezca de un día para el
otro, con la finalidad de que le recuerde -que ocupa el
cargo- por la voluntad de los electores.
Aseguró que la Constitución es un marco,
una guía, un límite que encuadra a los gobiernos, siendo
este su propósito principal en el ordenamiento de la vida
social.
Recordó que la misma nos dice no reconocer
ninguna diferencia de raza, género o color, "cuánta deuda
tenemos aún con nuestra Constitución" y con qué naturalidad
la desobedecemos. Afirmó que de su parte pondrá todo su
empeño en cumplir los mandatos constitucionales, que aluden
a la formas de organización política del país.
Mujica manifestó: "hoy es el día uno de mi
Gobierno”, a lo que agregó, "hoy es un día de cielo
abierto, mañana comienzan los pasos hacia el purgatorio".
Enfatizó que para él gobernar empieza por
crear las condiciones políticas para hacerlo, con
transformaciones a largo plazo, mediante políticas de
Estado.
En ese sentido, dijo que le gustaría creer
que ésta es la sección inaugural de un Gobierno de 30 años,
de un sistema de partidos, con la capacidad y sapiencia de
generar túneles herméticos por donde corran las grandes
líneas estratégicas de los grandes asuntos. Ellos son la
educación, la infraestructura, la matriz energética, el
medio ambiente o la seguridad ciudadana.
El Presidente dijo estar “imaginando el
proceso político que viene, como una serie de encuentros, a
los que uno llevamos los tornillos y otros llevan las
tuercas". Aseguró que serán encuentros a los que todos
concurrimos, con la actitud de quien está incompleto sin
la otra parte. En ese tono, señaló que "se desarrollará el
próximo Gobierno del Frente Amplio".
Subrayó que el diagnóstico de concertación
y convergencia es más correcto que el de conflicto,
"negociando ajustes que se necesitan entre sí".
Mujica continuó expresando que la política
tendrá que ocuparse de las definiciones estratégicas en
temas en las que la opinión social estará dividida.
Con la finalidad de promover políticas de
Estado a largo plazo, el sistema político tendrá que "ser
sincero y valiente", sobre todo en temas como producción y
medio ambiente.
Tras analizar los grandes temas nacionales,
el Presidente dijo que es necesario protegerlos del vaivén
político y conservar sus efectos.
Mujica aseguró: "seremos serios en la
administración del gasto, en los déficits, en políticas
monetarias y en la vigilancia del sistema financiero".
Aseguró que será proactivo en la búsqueda
de la equidad social, "pero no esperaremos" a que la
prosperidad resuelva esas situaciones por sí mismo.
José Mujica expresó que su primera razón de
llegada a la Presidencia de la República se basa en el
Gobierno logrado por Tabaré Vázquez, quien realizó un gran
trabajo.
Asimismo, aseguró que se seguirá en ese
camino construyendo para todos y entre todos.
Finalmente, el novel Presidente de la
Asamblea General, Danilo Astori, fue el encargado del
cierre de la solemne sesión.
Palabras del Presidente de la República,
José Mujica Cordano, tras ser investido
en la Asamblea General del Parlamento Nacional
Señora Presidenta de la Asamblea
General, mi querida Lucía, Legisladores y Legisladoras que
representan la diversidad de la Nación, Presidentes y
Presidentas de países amigos que están con nosotros, altos
funcionarios destacados para apoyar esta ceremonia, cuerpo
Diplomático, Presidente de la Suprema Corte de Justicia,
Comandantes en Jefe de las Fuerzas Armadas, Señores ex
Presidentes, Dirigentes de los Partidos Políticos del
Uruguay y de las principales organizaciones sociales, de
las comunidades religiosas, en fin, señores y señoras. A
todos los aquí presentes, gracias. Y también, gracias a
todos ustedes, compatriotas del alma, que nos acompañan en
sus casas y en las calles.
Mis conocimientos jurídicos,
extraordinariamente escasos, me impiden dilucidar cuál es
el momento exacto en que dejo de ser Presidente electo para
transformarme en Presidente a secas.
No sé si es ahora, o si es dentro de un
rato, cuando reciba los símbolos del mando de manos de mi
antecesor.
Por mi parte, desearía que el título de
"electo" no desapareciera de mi vida de un día para otro.
Tiene la virtud de recordarme a cada rato que soy
Presidente sólo por la voluntad de los electores.
"Electo" me advierte que no me distraiga
y recuerde que estoy mandatado para la tarea. No en vano,
el otro sobrenombre de los presidentes es "mandatario".
Primer mandatario, si se quiere, pero
mandado por otros, no por sí mismo.
Con mejores palabras y más solemnidad,
esto es lo que la Constitución establece.
La Constitución es un marco, una guía,
un contrato, un límite que encuadra a los gobiernos. Ese es
su propósito principal. Pero es también un programa, que
nos ordena cómo comportarnos, en cuestiones que tienen que
ver con la esencia de la vida social. Por ejemplo, nos
manda literalmente evitar que las cárceles sean
instrumentos de mortificación. O nos dice NO reconocer
ninguna diferencia de raza, género o color.
¡Cuánta deuda tenemos aún con la
Constitución!! ¡Con qué naturalidad la desobedecemos!
No está de más recordarlo hoy, un día en
que nos enorgullecemos de estar aplicando las reglas con
todo rigor y detalle.
Pondremos todo nuestro empeño en cumplir
los mandatos constitucionales. En cumplir los que aluden a
las formas de organización política del país, por supuesto
Y también en cumplir los enunciados constitucionales que
describen la ética social que la nación quiere darse.
Hoy es el día cero o el día uno de mi
gobierno. Y para mí, gobernar empieza por crear las
condiciones políticas para gobernar.
Por si suena como un traba-lenguas, lo
repito: Para mí, gobernar, empieza por crear las
condiciones políticas para gobernar.
Y gobernar, para generar
transformaciones hacia el largo plazo, es -más que nada-
crear las condiciones para gobernar 30 años con políticas
de Estado.
Me gustaría creer, que ésta de hoy, es
la sesión inaugural de un gobierno de 30 años, no míos, por
supuesto, ni tampoco del Frente Amplio, sino de un sistema
de partidos tan sabio y tan potente, que es capaz de
generar túneles herméticos que atraviesan las distintos
presidencias de los distintos partidos y que por allí, por
esos túneles, corren intocadas las grandes líneas
estratégicas de los grandes asuntos. Asuntos como la
educación, la infraestructura, la matriz energética o la
seguridad ciudadana.
Esto no es una reflexión para el bronce
ni para la posteridad. Es una formal declaración de
intenciones.
Me estoy imaginando el proceso político
que viene, como una serie de encuentros, a los que unos
llevamos los tornillos y otros llevan las tuercas. Es
decir, encuentros a los que todos concurrimos con la
actitud de quien está incompleto sin la otra parte.
En ese tono se va a desarrollar el
próximo gobierno del Frente Amplio: asistiendo
incansablemente a las mesas de negociación con vocación de
acuerdo. Puede ser que el gobierno tenga más tornillos que
nadie. Más tornillos que el Partido Nacional, más que el
Partido Colorado, más que los empresarios y más que los
sindicatos…
¿Pero de qué nos sirven los tornillos
sueltos si son incapaces de encontrar sus piezas
complementarias en la sociedad?
Vamos a buscar así el diálogo, no de
buenos ni de mansos, sino porque creemos que esta idea de
la complementariedad de las piezas sociales es la que mejor
se ajusta a la realidad.
Nos parece que el diagnóstico de
concertación y convergencia es más correcto que el de
conflicto, y que sólo con el diagnóstico correcto se puede
encontrar el tratamiento correcto.
Miramos la radiografía, y lo que vemos
adentro de la sociedad son formas convexas y cóncavas,
negociando el ajuste, porque se necesitan entre sí.
Entonces pensamos que sería contra natura que los
representantes políticos de esos retazos sociales nos
dedicáramos a separar y no a concertar.
En Uruguay, todos los partidos políticos
son socialmente heterogéneos. Pero los partidos tienen
fracciones, y las fracciones tienen acentos sociales.
Pero aún en el caso de las fracciones
más específicamente representativas de sectores, el mandato
de sus votantes no es el de atropellar ciegamente para
conquistar territorio.
Hace rato que todos aprendimos que las
batallas por el todo o nada son el mejor camino para que
nada cambie y para que todo se estanque.
Queremos una vida política orientada a
la concertación y a la suma, porque de verdad queremos
transformar la realidad.
De verdad queremos terminar con la
indigencia.
De verdad queremos que la gente tenga
trabajo.
De verdad queremos seguridad para la
vida cotidiana.
De verdad queremos salud y previsión
social bien humanas.
Nada de esto se consigue a los gritos.
Basta mirar a los países que están adelante en estas
materias y se verá que la mayor parte de ellos tienen una
vida política serena.
Con poca épica, pocos héroes y pocos
villanos.
Más bien, tienen políticos que son
honrados artesanos de la construcción.
Nosotros queremos transformaciones y
avances de verdad.
Queremos cambios de esos que se tocan
con la mano, que no sólo afectan las estadísticas, sino la
vida real de la gente.
Para lograrlo, estamos convencidos de
que se necesita una civilizada convivencia política.
Y no vamos a ahorrar ningún esfuerzo
para lograrla.
Por supuesto, nada de esto comienza con
nosotros. El país tiene hermosas tradiciones de respeto
recíproco que vienen de muy atrás.
Pero es probable que nunca hayamos
estado tan cerca de conseguir un cambio cualitativo en la
intensidad de esos vínculos entre partidos políticos.
Quizás ahora podemos pasar de la tolerancia a la
colaboración, de la confrontación controlada a ciertos
modos societarios de largo plazo.
Con el Frente Amplio en el gobierno, el
país ha completado un ciclo. Ahora todos sabemos que los
ciudadanos no le extienden cheques en blanco a ningún
partido, y que los votos hay que ganárselos una y otra vez
en buena ley. Los ciudadanos nos han advertido a todos que
ya no son incondicionales de ningún partido, que evalúan y
auditan las gestiones, que los que hoy son protagonistas
principales, mañana pueden convertirse en actores
secundarios.
Después de 100 años, al fin, ya no hay
partidos predestinados a ganar y partidos predestinados a
perder.
Esa fue la dura lección que los lemas
tradicionales recibieron en los últimos años. El país les
advirtió que no eran tan diferentes entre sí como
pretendían, que sus prácticas y estilos se parecían
demasiado y que se necesitaban nuevos jugadores para que el
sistema recuperara una saludable tensión competitiva.
Por su parte, el Frente Amplio, eterno
desafiante y ahora transitorio campeón, tuvo que aceptar
duras lecciones, no ya de los votantes, sino de la
realidad. Descubrimos que gobernar era bastante más difícil
de lo que pensábamos, que los recursos fiscales son finitos
y las demandas sociales infinitas, que la burocracia tiene
vida propia, que la macroeconomía tiene reglas ingratas,
pero obligatorias.
Y hasta tuvimos que aprender, con mucho
dolor y con vergüenza, que no toda nuestra gente era inmune
a la corrupción.
Estos últimos años han sido, entonces,
de intenso aprendizaje para todos los actores políticos.
Es probable que todos estemos ahora más
maduros y, por tanto, listos para pasar a una etapa
cualitativamente nueva en el relacionamiento entre fuerzas
políticas. Cada una con su identidad y sus énfasis
ideológicos. Sin aflojarle ni a la pulseada ni al control
recíproco. Pero sí ampliando dos capacidades que estamos
lejos de haber llevado al máximo: la sinceridad y la
valentía.
Más sinceros en nuestro discurso
político, llevando lo que decimos un poco más cerca de lo
que de verdad pensamos y un poco menos atado a los que nos
conviene.
Y más valientes para explicarle -cada
uno a su propia gente- los límites de nuestras respectivas
utopías.
Esa sinceridad y esa valentía van a ser
necesarias para llevar adelante las políticas de Estado que
proyectamos.
Para ponernos de acuerdo, vamos a tener
que rebajar nuestras respectivas posturas y promediarlas
con las otras. Y esa rebaja implica líos obligatorios con
nuestras bases políticas. Ese va a ser un test de valentía.
Los temas de estado deben ser pocos y
selectos. Deben ser aquellos asuntos en los que pensamos
que se juega el destino, la identidad, el rostro futuro de
esta sociedad.
Sin pretensiones de verdad absoluta,
hemos dicho que deberíamos empezar por cuatro asuntos:
Educación, energía, medio ambiente y seguridad.
Permítanme un pequeño subrayado:
educación, educación, educación. Y otra vez, educación.
Los gobernantes deberíamos ser obligados
todas las mañanas a llenar planas, como en la escuela,
escribiendo 100 veces: "Debo ocuparme de la educación"
Por que allí se anticipa el rostro de la
sociedad que vendrá. De la educación dependen buena parte
de las potencialidades productivas de un país, pero también
depende la futura aptitud de nuestra gente para la
convivencia cotidiana.
Y seguramente, cualquiera de los aquí
presentes podría seguir agregando argumentos sobre el
carácter prioritario de la educación. Pero, lo que
probablemente nadie pueda contestar con facilidad es ¿a qué
cosas vamos a renunciar para darle recursos a la educación?
¿Qué proyectos vamos a postergar, qué
retribuciones vamos a negar, qué obras dejarán de hacerse?
Con cuántos "NO" habrá que pagar el gran "SÍ" a la
educación!
Ningún partido querrá quedar en soledad
para hacerse responsable de todo ese desgaste. Tendremos
que hacerlo juntos, decidirlo juntos, y por supuesto, poner
el pecho juntos. Este es el significado de las políticas de
Estado.
Sus consecuencias no deben beneficiar ni
perjudicar a ningún partido en particular. ¿Estamos
dispuestos a hacerlo? Si no lo estamos, todas nuestras
grandes declaraciones de amor por la educación no serán más
que palabrerío de discurso político.
También hemos sugerido que los temas de
infraestructura de energía sean separados de la agenda
gubernamental corriente, y tratados en común por todos los
partidos.
La energía es un asunto lleno de
complicaciones técnicas.
Implica complejos pronósticos sobre el
stock de recursos no renovables, como los hidrocarburos.
Pero también implica casi adivinanzas, sobre lo que nos
traerá el desarrollo tecnológico de la energía solar o de
la energía eólica. E implica cálculos, de resultado todavía
incierto, sobre la conveniencia de hacer agricultura de
alimentos o agricultura para producir biocombustibles.
Pero después que todos los ingenieros y
todos los adivinadores del futuro den su veredicto, la
política tendrá que ocuparse de las definiciones
estratégicas en temas en los que la opinión social va a
estar dividida.
El más notorio de esos temas, es el uso
de energía nuclear para generar electricidad.
Otro, es cuánto estamos dispuestos a
pagar para apoyar las energías renovables que no son
económicamente rentables, incluidos los biocombustibles.
En estos temas, tan imprevisibles, el
aumento de la base de sustento político no garantiza que se
tomen decisiones óptimas. Pero si asegura que los rumbos
elegidos no serán modificados sobre la marcha.
En materia energética no se puede
avanzar en zig-zag porque pueden pasar décadas entre el
momento en que un proyecto comienza a andar y el momento en
que empieza a producir.
También hemos reservado las estrategias
de medio ambiente para ser tratadas en régimen de políticas
de Estado.
Hoy, la comunidad internacional nos pide
que nos pensemos a nosotros mismos como miembros de una
especie, cuyo hábitat está cada vez más amenazado. Hace
años que el país ha incorporado una fuerte conciencia sobre
el tema, ha legislado con sabiduría y ha operado con
decisión y transparencia.
Pero la tensión, entre el cuidado del
medio ambiente y la expansión productiva va a ir en
aumento. Vamos a estar cada vez más tironeados, entre las
promesas de la explosión agrícola, y las amenazas asociadas
al uso intensivo de agroquímicos. Para no hablar de asuntos
aún más complejos, como las incógnitas vinculadas a la
modificación genética de las especies vegetales.
¡Hasta nuestras pobres vacas!, con sus
emisiones de gases son un enorme tema de discusión
medioambiental en el mundo.
Sobre todos estos asuntos ya empiezan a
escucharse algunos tambores de guerra. Afortunadamente, de
guerra conceptual entre los partidarios de la producción a
rajatabla y los preservacionistas a toda costa.
El Estado deberá arbitrar y tomar las
mejores decisiones. Sean las que sean, deben tener un ancho
respaldo político para que tengan toda la legitimidad
posible y puedan sostenerse en el tiempo, contra viento y
marea.
Aquí, de nuevo, el sistema político
tendrá que ser sincero y valiente, porque para cuidar el
medio ambiente habrá que renunciar a algunas promesas
productivas. O al revés, para sostener la producción habrá
que rebajar la ambición de una naturaleza intocada. Nos
jugamos mucho en todo esto. Tenemos que decidirlo entre
todos. Y después, enfrentar las consecuencias entre todos.
La seguridad ciudadana, es el último
tema que estamos proponiendo abordar, de inmediato, en
régimen de políticas de estado.
No lo incluiríamos, si sólo se tratara
de mejorar la lucha contra una aumentada delincuencia
tradicional. Creemos, que no sólo estamos frente a un
escenario de números crecientes, sino ante transformaciones
cualitativas.
Ahora tenemos drogas, como la pasta
base, de muy bajo costo, que no sólo destruyen al adicto
sino que lo inducen a la violencia.
Y tenemos mafias enriquecidas, con
amplia capacidad de generar corrupción en la policía. Y
tenemos operadores del narcotráfico internacional, que usan
el país para el tránsito, la distribución y el lavado de
dinero.
Aún, somos una sociedad tranquila y
relativamente segura. Pero lo peor que podríamos hacer, es
subestimar la amenaza. La sociedad ha levantado el asunto a
los primeros lugares de la agenda pública y desde el
sistema político tenemos que responder sin demora y a
fondo.
Educación, energía, medio ambiente y
seguridad son los temas para los que debiéramos definir
estrategias orientadas al largo plazo, y luego, arroparlas,
protegerlas del vaivén político para que puedan proyectarse
en el tiempo y consumar sus efectos.
Para todo lo demás, necesitamos que la
política discurra en sus formas naturales. Es decir, el
gobierno en el gobierno, y la oposición en la oposición.
Con respeto recíproco, pero cada uno en su lugar. Como
gobierno, nos corresponde la iniciativa para trazar el mapa
de ruta. Aquí vamos.
Lo que hoy comienza, se define a sí
mismo, entusiastamente, como un segundo gobierno. Ya lo
dijimos en la campaña: Nuestro programa se resume en dos
palabras "Más de lo mismo".
En primer lugar, vamos a darle al país
cinco años más de manejo profesional de la economía, para
que la gente pueda trabajar tranquila e invertir tranquila.
Una macroeconomía prolija es un pre-requisito
para todo lo demás. Seremos serios en la administración del
gasto, serios en el manejo de los déficit, serios en la
política monetaria y más que serios, perros, en la
vigilancia del sistema financiero.
Permítanme decirlo de una manera
provocativa: Vamos a ser ortodoxos en la macroeconomía. Lo
que vamos a compensar largamente, siendo heterodoxos,
innovadores y atrevidos, en otros aspectos.
En particular, vamos a tener un Estado
activo, en el estímulo a lo que hemos llamado, "el país
agro-inteligente".
El agro uruguayo está viviendo una
revolución tecnológica y empresarial, creciendo muy por
encima del resto del país.
Los problemas son hoy otros: la
sustentabilidad del suelo, la incorporación masiva del
riego como factor de producción y, sobre todo, de
mitigación ante las frecuentes sequías. Los proyectos de
fuentes de agua que involucran predios de diferente
propiedad marcan una época y es un deber darles el máximo
apoyo. Las políticas de reserva y de seguros son exigencias
de la adaptación al cambio climático. La investigación, la
recreación genética, la alta especialización en las ramas
biológicas que nutren el trabajo agrícola de toda esta
región, definible como último reservorio alimentario de la
humanidad, son para nosotros el capítulo central de una
especialización que hemos en llamar "el país
agro-inteligente".
Queremos que la tierra nos de uno. Y a
ese uno, agregarle diez de trabajo inteligente. Para al
final tener un valor de 11, verdadero, competitivo,
exportable.
No vamos a inventar nada; vamos con
humildad detrás del ejemplo de otros países pequeños, como
Nueva Zelanda o Dinamarca.
Si el país fuera una ecuación, diría que
la fórmula a intentar es: agro más inteligencia, más
turismo, más logística regional. Y punto.
Esta es nuestra gran ilusión.
A mi juicio, la única gran ilusión
disponible para el país. Por eso, no vamos a esperar de
brazos cruzados que nos la traiga el destino o el mercado.
Vamos a salir a buscarla con decisión. Pero también con
seriedad, apoyando sólo aquellas actividades, que una vez
maduras, tengan verdadera chance de subsistir por sí
mismas.
No queremos repetir errores del pasado.
En particular no queremos que nos vuelva a pasar lo que
ocurrió entre los años 50 y 70, cuando la sociedad
desperdició enormes recursos, en la quimera de industrias
imposibles.
Ya una vez quisimos ser antárticos, y
producirlo todo fronteras adentro. Nos fue mal, muy mal.
Seria criminal no aprender de aquellos
dolores y volver a una economía enjaulada y cerrada al
mundo.
Y si vamos a ser proactivos en ciertas
dimensiones de la economía productiva, vamos a ser el doble
de proactivos en la búsqueda de una mayor equidad social.
¡Eso sí, que no vamos a esperarlo
sentados!
¡Ahí sí que no tenemos paciencia para
esperar que la prosperidad resuelva sola las cosas.
Tal como hizo el gobierno que termina,
vamos a llevar el gasto social a los máximos posibles. Y
vamos a sostener y profundizar los múltiples programas
solidarios emprendidos en los últimos cinco años.
Ya bajamos la indigencia a la mitad,
pero aún queda un 2 % de la población en esa situación. El
objetivo es terminar con esta vergüenza nacional, y que
hasta el último de los habitantes del país tenga sus
necesidades básicas satisfechas, en los términos definidos
por las Naciones Unidas.
¡Pero con saciar las necesidades básicas
no hacemos nada!
Hoy, y después de años de prosperidad y
de esfuerzo solidario, uno de cada cinco uruguayos, sigue
en condiciones de pobreza.
Aún, si al país como conjunto le sigue
yendo bien, estamos amenazados en convertirnos en una
sociedad que avanza a 2 velocidades: unos recogen los
frutos de un crecimiento acelerado, otros - por retraso
cultural y marginación - apenas los contemplan.
No es justo, pero además es peligroso,
porque no queremos un país que se luzca en las
estadísticas, sino un país que sea bueno para vivir.
Y no será bueno, si la prosperidad y el
bienestar de una familia se tienen que disfrutar con muros
o alambres de púa.
De nuevo, para enfrentar la pobreza, la
educación es la gran fuente de esperanzas.
La escuela y sus maestros, son el ariete
principal que hemos de usar para integrar a aquellos a los
que las penurias dejaron al costado.
El combate a la pobreza dura tiene mucho
de acción formativa en la niñez y la adolescencia.
A la cabeza de todas las prioridades va
a estar la masificación de las escuelas de tiempo completo,
seguido por el fortalecimiento de la Universidad del
Trabajo y el sostén de esa maravilla que es el Plan Ceibal.
Ya tenemos una computadora por niño y por maestro. Ahora
vamos por una computadora por adolescente y por profesor. Y
por conexión a Internet en todos los hogares.
Si la educación es la vacuna contra la
pobreza del futuro, la vivienda es el remedio urgente para
la pobreza de hoy.
En primera instancia, desplegaremos un
abanico de iniciativas solidarias con la vivienda
carenciada, DENTRO Y FUERA de los recursos presupuestales.
Apelaremos al esfuerzo social. Vamos a
demostrar que la sociedad tiene otras reservas de
solidaridad que no están en el Estado.
Me niego al escepticismo, sé que todos
podemos hacer algo por los demás y que lo vamos a
demostrar.
¡Van a ver! Van a aparecer materiales,
dinero, cabezas profesionales y brazos generosos.
¡Les apuesto a que sí!
No quiero olvidarme de nuestros pobres
de uniforme.
Las FFAA, llenas de pobres, van a ser
parte del Plan de Emergencia Habitacional y vamos a
movernos rápido para aliviar en algo la penuria salarial
que las aflige.
El pasado no es excusa para que hoy no
nos demos cuenta que una Patria de todos incluye a estos
soldados.
Nuestro reconocimiento para aquellos
compatriotas militares que sirven en Haití y han demostrado
una admirable entereza y eficiencia solidaria.
En estos años, el Uruguay ha cambiado
mucho, y nadie discute que ha cambiado para bien.
Allí están los números económicos y
sociales, de todos los colores.
Pero hay un cambio menos visible,
imposible de cuantificar, pero a mi juicio de gran
importancia: el cambio en la autoestima, el cambio en la
manera que nos percibimos a nosotros mismos y a los
horizontes posibles.
Nuestros modestos éxitos nos han hecho
más ambiciosos y más inconformistas.
¡Bienvenido inconformismo!
¡Bienvenido el cuestionamiento de viejas
certezas!
Y en esta línea, bienvenido el profundo
cuestionamiento del Estado uruguayo.
Del Estado hacia adentro, como
estructura, como organización, como prestador de servicios.
El Uruguay se mantuvo al margen de los
vientos privatizadores de los años 90. Es más, la sociedad
recibió propuestas, las consideró y las rechazó
explícitamente. Estuvimos entre los abanderados de ese
rechazo y no nos arrepentimos. Pero el respaldo de los
ciudadanos, fue a un modo de propiedad social, no a un modo
de gestión de la cosa pública y menos, a sus resultados.
Es probable que aquellos eventos y estas
confusiones, hayan postergado demasiado la discusión franca
sobre el Estado, sobre los recursos que consume y sobre la
calidad de los servicios que presta.
Hoy una revisación profunda es
impostergable. Necesitamos evaluaciones serias, imparciales
y profundas. Necesitamos números y comparaciones. Y con
todo eso a la vista, tenemos que rediseñar el Estado. Todos
sabemos que puede ser más eficiente y más barato.
Esta reforma no va ser en contra de los
funcionarios, sino con los funcionarios.
Pero tampoco vale hacerse el distraído:
el 90 % de la eficacia del Estado se juega en el desempeño
de los funcionarios públicos. La sociedad uruguaya ha sido
benévola con algunos de sus servidores públicos y casi
cruel con otros. Ha permitido que funciones sencillas, que
no requieren esfuerzo ni preparación, se paguen en algunas
oficinas diez veces más de lo que recibe quien realiza un
trabajo imprescindible y duro, como un policía o un maestro
rural.
Cuando estas asimetrías duran un tiempo,
pueden considerarse errores o desaciertos. Cuando duran
décadas, más bien parecen ser manifestaciones de una
sociedad que se va volviendo cínica.
Del mismo modo, la sociedad uruguaya ha
protegido a sus servidores públicos mucho más que a sus
trabajadores privados. Recordemos que en la crisis del año
2002 y 2003, casi 200.000 personas perdieron su trabajo y
ninguna fue un funcionario público. Se estima que otras
200.000 sufrieron rebajas en sus salarios, y todos fueron
trabajadores privados.
Como bien ha dicho el Presidente Tabaré
Vázquez, ésta es la madre de todas las reformas. No
deberíamos permitir que esa madre nos siga esperando.
¿En qué mundo vivimos? No está fácil de
saber. Me gustaría preguntárselo, a cada uno de los
ilustres visitantes que están aquí. Aunque sin duda tienen
"mucho mundo", me atrevería a decir que no van a poder
darme una respuesta simple. ¿Verdad que no? El mundo está
cambiando a cada rato. Y lo que es peor, a cada rato está
cambiando la teoría de cómo se construye uno mejor.
Todavía no acabamos de padecer las
consecuencias de la crisis planetaria, con que nos obsequió
el sistema financiero, en la cumbre del mundo.
Descubrimos que habían creado un
universo de burbuja y de casino. Pero que desde allí, no
sólo se jugaba a la ruleta, sino que se podía golpear al
mundo productivo real.
Durante la crisis, para rescatar lo que
quedaba en pie, se rompieron dogmas que parecían sagrados;
se decretó la muerte de los paradigmas vigentes y se volvió
a la política como a un refugio de esperanza.
Hoy, ante los desafíos no previsibles de
la realidad, casi todos pensamos que ningún camino puede
descartarse a priori, ninguna experiencia desconocerse,
ninguna fórmula archivarse para siempre.
Sólo el dogmatismo quedó sepultado.
No está fácil navegar. Las brújulas ya
no están seguras de donde quedan los puntos cardinales. Así
que, mirando las estrellas nos quedan algunas pocas
certezas para orientarnos. Primero, que en el mundo ya no
hay un centro, sino varios, y que la globalización es un
hecho irreversible.
Por todos lados, los humanos anudamos
nuestro destino y nos hacemos mutuamente dependientes. La
idea de cerrarse al mundo quedó obsoleta.
Pero a su vez, el proteccionismo sigue
vivito y coleando, y a menudo es protagonizado por unidades
de tamaño continental.
Los latinoamericanos, un poco a los
tumbos, estamos intentando construir mercados más grandes.
¡Pero como nos cuesta!!
Somos una familia balcanizada, que
quiere juntarse, pero no puede. Hicimos, tal vez, muchos
hermosos países, pero seguimos fracasando en hacer la
Patria Grande. Por lo menos, hasta ahora.
No perdemos la esperanza, porque aún
están vivos los sentimientos: desde el Río Bravo a las
Malvinas vive una sola Nación: la Nación latinoamericana.
Dentro de nuestro hogar latinoamericano
tenemos un dormitorio que compartimos y que se llama
MERCOSUR. ¡Ay MERCOSUR! ¡Cuanto amor y cuando enojo nos
suscita!
Hoy estamos en público, y no es el
momento de hablar de los temas de alcoba.
Sólo déjenme afirmar que, para nosotros,
el MERCOSUR es "hasta que la muerte nos separe" y que
esperamos una actitud recíproca de nuestros socios mayores.
Finalmente, deseamos que el Bicentenario
nos encuentre con un Río de la Plata más angosto,
despejados todos los caminos que nos unen.
He reservado para el final la más grata
de todas las tareas: saludar la presencia de quienes han
venido a acompañarnos desde el exterior, especialmente de
aquéllos que han venido desde muy lejos, casi
inesperadamente. Años atrás hubiéramos considerado estas
visitas como un valioso gesto diplomático, una cortesía de
país a país.
Creo que en los últimos tiempos, estas
presencias tienen un significado mucho más intenso y mucho
más político. Siento que al estar aquí, ustedes expresan el
respaldo a los procesos democráticos de renovación del
poder. Se hacen testigos de la celebración.
¡Ya sabíamos del afecto! ¡Pero nos gusta
más sentirlo en la presencia física de todos ustedes.
Sentirlo cara a cara. Y también corresponderlo cara a cara!
Esto es así, para el afecto entre la
gente y para el afecto entre los países. Quererse de cerca
debería estar recomendado en las academias de diplomacia.
Así que, amigos del mundo aquí
presentes, reciban el agradecimiento del Uruguay entero.
Sepan que no sólo estamos honrados por su presencia.
También estamos contentos de tenerlos aquí y hasta diría
que un poco conmovidos.
Para terminar, déjenme llegar al borde
de la exageración, y decir que, este gobierno que empieza,
no lo ganamos, sino que lo heredamos. Porque la principal
razón de mi llegada a la Presidencia, es el éxito logrado
por el primer gobierno del FA, encabezado por el Doctor
Tabaré Vázquez. Él y sus equipos han hecho un gran trabajo.
Les digo muchas gracias en nombre de los
tres millones de uruguayos.
Nosotros, vamos a seguir por el mismo
camino, construyendo una Patria para todos y con todos.
Muchas gracias.
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