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28 de abril, 2010

Mujica en Encuentro Iberoamericano

Uruguay es un país que cultiva un respeto irrestricto por la justicia
El Presidente de la República, José Mujica, en el marco de la XV Cumbre Judicial iberoamericana, dijo que aunque filosóficamente no cree en la justicia humana, reconoce nítidamente la necesidad de que las sociedades cuenten con un sistema judicial que garantice la institucionalidad democrática. Abogó por una sociedad más justa y menos conflictiva y calificó a la figura del juez, de insustituible, titánica y conmovedora.

El Presidente José Mujica participó en la inauguración de la XV Cumbre Judicial Iberoamericana que se realizará durante los próximos tres días en Montevideo. En la ocasión, Mujica, luego de brindarles una calurosa bienvenida a los magistrados participantes, expresó que Uruguay es un país que cultiva un respeto irrestricto por la justicia, como elemento indispensable para la convivencia. Desde su condición de ciudadano y bajo un punto de vista filosófico, dijo que él personalmente no cree en la justicia humana, manifestación que adquiere un especial valor porque proviene de un Primer Mandatario. Pero aclaró que esta expresión la hace en el entendido de que el hombre es un ser cargado de sentimientos de toda índole y limitaciones, por lo cual el poder establecer sanciones o premios a otro ser humano es, sin lugar a dudas una tarea "más apropiada para los dioses".

A pesar de esto, como todas las sociedades sufren a diario situaciones de conflictos o desigualdades, aparece la necesidad irremediable de contar con un sistema de control. "Apreciamos con total nitidez, con la fuerza de una revelación, la necesidad absoluta de dotarnos de un sistema que más allá de sus humanas limitaciones pueda, al menos intentar paliar los efectos más nocivos y dañinos de nuestros conflictos", dijo el Presidente. Es en este marco, que la figura "casi conmovedora" del Juez asume con responsabilidad la pesada y dura tarea de aplicar la ley.

Mujica indicó que si se intenta analizar el rol del juez en la sociedad contemporánea más allá de la importancia que tienen otros poderes del Estado, se puede afirmar que "adquiere una importancia absolutamente única como garantía del mantenimiento y desarrollo de la institucionalidad democrática".

A su entender, el juez debe funcionar como la última frontera de derechos de los más desprotegidos, que son siempre los que quedan por el camino. En este sentido, calificó de "titánica y solitaria" la tarea de un juez y se mostró identificado con las mismas porque: "me ha tocado también compartir esa incomprensión a la que se enfrentan", dijo.

La imagen de la justicia y sus relaciones con la sociedad, son otros temas claves que hay que tener en cuenta, sostuvo el Mandatario, porque son la otra cara de la responsabilidad y de la incomprensión antes mencionada. Se mostró comprensivo con los que tienen la tarea de juzgar a sus semejantes, que a veces deben hacerlo sin las garantías del debido proceso y con la obligación de administrar "justicia de verdad y en serio". También reflexionó sobre cuando a veces se condena "sin lugar a apelación alguna, sobre todo cuando el juicio emitido a priori sobre cualquier acontecimiento no coincide con el que nosotros hubiéramos emitido", puntualizó.

Reconociendo que estas son las reglas del juego humano, lo fundamental ahora es ver como se puede evitar o moderar este tipo de situaciones, expresó. Para ello la formación y la información de los ciudadanos es clave, así como construir mejores normas y procesos que contribuyan en la tarea tan compleja que enfrentan los jueces. Mujica no desconoció que los recursos económicos siempre serán insuficientes para una justicia desarrollada en condiciones dignas, porque "no podemos tener justicias ricas en sociedades pobres".

Finalizando su intervención, el Presidente abogó por una sociedad más justa y menos conflictiva, donde cada uno de sus integrantes pueda sentirse un individuo pleno y con sus necesidades básicas satisfechas. "En esa tarea estamos, Gobierno y oposición" y "nos comprometemos con ustedes señores magistrados", remató.

Palabras del Presidente José Mujica al inaugurar la XV Cumbre Judicial Iberoamericana

PRESIDENTE MUJICA: Señores Presidentes de las Cortes Supremas y los Consejos de Magistraturas iberoamericanas, señor Presidente Enrique Iglesias, nuestro compatriota, señor querido, viejo vecino, don Jorge Batlle, amigos todos: nos complace enormemente, en nombre del Gobierno y sobre todo del pueblo uruguayo dar a ustedes la bienvenida, a esta Décimaquinta Cumbre Judicial Iberoamericana.

Tengan ustedes la absoluta seguridad que se encuentran en un país con un Gobierno, y sobre todo con una sociedad que cultiva entre sus más apreciados valores, el respeto irrestricto por la Justicia como elemento indispensable para que los hombres puedan convivir. Nada es más importante que la vida y la convivencia.

Creemos, en lo personal, desde nuestra condición de ciudadanos, y no de Presidentes de la República que cuando hablamos de respeto irrestricto por la Justicia debe tenerse presente y valorarse, especialmente, que también hemos expresado reiteradamente -y desde un punto estrictamente filosófico- nuestro descreimiento en la justicia humana.

En consecuencia, viniendo de quien habla, en manifestar el respeto irrestricto por la Justicia como elemento indispensable para la convivencia adquiere un especial valor y requiere al mismo tiempo alguna consideración adicional.

Hemos afirmado descreer en la justicia humana porque sentimos, como argumento, y como pueden sentir algunos de ustedes, que, de terminar en alguna circunstancia concreta de tiempo y espacio, frente a las acciones llevadas adelante por personas de carne y hueso, cargadas de limitaciones, anhelos, deseos, miserias, grandezas y motivaciones de toda laya, la razón o sinrazón de las mismas, y en base a ello llegar más lejos aún y establecer sanciones, o premios, es, sin lugar a dudas, una tarea que excede con frecuencia la posibilidad de cualquier ser humano, que es, diríamos, una tarea más apropiada para los dioses.

Al mismo tiempo, cuando enfrentamos a diario las múltiples posibilidades de desencuentros y disensos que se plantean en toda sociedad, las infinitas hipótesis de conflicto al interior de las mismas, apreciamos en toda su nitidez, con la fuerza de una revelación, la necesidad absoluta de dotarnos de un sistema que, más allá de sus humanas limitaciones, puede al menos intentar paliar los efectos más nocivos y dañinos de nuestros conflictos.

Y así aparece entonces, con toda su dimensión, la figura del juez. La figura casi conmovedora del juez, que con pleno conocimiento de las limitaciones, asume, encomendado por todos nosotros, la pesada y dura tarea, generalmente anónima, de aplicar una ley que muchas veces aparece como avara en sus posibilidades de interpretar la enorme variedad de las conductas humanas.

Se trata, entre otras cosas, en ese encuentro de analizar el rol de juez en la sociedad contemporánea y podemos afirmar que, más allá de la importancia que obviamente tienen los otros poderes del Estado, el rol del juez en estas, y en cualquier otra sociedad, es de una importancia absolutamente única, como garantía del mantenimiento y desarrollo de la institucionalidad democrática.

Y lo es porque es la tarea del juez. En la interpretación y aplicación de la Ley hay casos concretos, la que mayores y mejores oportunidades ofrece de salvaguardar las garantías de todos, pero fundamentalmente –fundamentalmente- de los más débiles, aquellos a los que las sociedades democráticas sanas, más deben proteger.

Y es en definitiva el juez –o debe ser, al menos- esa última frontera de defensa de los derechos de los más desprotegidos, por cuanto en sociedades cada vez más complejas aquellos que van quedando rezagados en la competencia por el conocimiento y las consiguientes oportunidades, son al mismo tiempo los más frágiles, y son también, cada vez más vulnerables.

Entonces resulta tarea de nosotros los gobernantes elaborar las grandes líneas que fomentan la equidad y la justicia social dentro de la libertad. Resulta tarea de los legisladores, todos, el interpretar esas líneas a través de leyes que cada vez deben ser más precisas y eficientes. Pero es tarea del juez, y solamente del juez, al final de ese camino - y con la responsabilidad suprema que significa saberse la última frontera- el hacer que todo el sistema funcione efectivamente en defensa de aquellos valores que permiten la convivencia pacífica entre los hombres.

¡Vaya si será una dimensión titánica la tarea de juez! ¡Vaya si será enorme el peso de su responsabilidad! ¡Y vaya si será solitaria su tarea! Y en esa soledad, señores magistrados, les puedo asegurar que muchas veces me he sentido su compañero, porque también es mucha la soledad de quienes tenemos que tomar frecuentemente la última decisión, en los asuntos que nos competen. Por eso comprendo tanto el peso que recae sobre sus hombros. Y me ha tocado compartir a veces también la incomprensión a la que se enfrentan.

Y aquí nos encontramos con la segunda dimensión del tema que nos ocupa, la de la imagen de la Justicia y las relaciones con la sociedad. Y como resulta corolario casi ineludible de lo que venimos de decir, una enorme responsabilidad, la otra cara de esa tarea, de una tremenda complejidad, es muchas veces esa incomprensión de la que hablábamos antes.

Porque parte, también de la condición humana, es ser a menudo jueces de nuestro prójimo. Somos dados a juzgar a nuestros semejantes las más de las veces sin siquiera las garantías del debido proceso, del que tantas veces nos hablan los abogados con los que conversamos a diario.

Y en esa tarea de juzgamiento que podríamos llamar "amateur", somos dados también, a incluir aquellos que como ustedes, cargan con el peso de tener que administrar Justicia de verdad, en serio, pero además, a condenarlos sin lugar a apelación alguna, sobre todo si el juicio admitido a priori sobre cualquier acontecimiento, no coincide con el que nosotros hubiéramos emitido. Pero esas son las reglas del juego humano que ustedes conocen y aceptan casi con estoicismo.

Ahora, lo fundamental es ver de qué manera podemos todos contribuir a evitar -o al menos, a moderar- tal situación. Y yo creo que en esto hay varios caminos posibles a recorrer, pero sobre todas las cosas, el de la formación y la información permanentes. Formación de jueces y formación, también, de ciudadanos cada vez más educados, y por educados cada vez más responsables en sus opiniones. Información de esa misma ciudadanía para que conozca en toda su dimensión la complejidad de la tarea que ustedes enfrentan.

Por supuesto que también mejores normas, también procesos que sin disminución alguna de las garantías resulten cada vez más ágiles y respondan con mayor rigor a las exigencias de nuestras sociedades.

Por supuesto que también más recursos, aunque sin olvidar que los recursos siempre resultarán escasos para una Justicia desarrollada en condiciones dignas. No podemos tener Justicias ricas en sociedades pobres.

Pero al fin de cuentas, por sobre todas las cosas, para hacer más sencilla y quizás mejor comprendida la tarea de ustedes los magistrados, sobre todas las cosas una sociedad más justa, donde cada uno de sus integrantes se sienta un individuo con plenos derechos, con sus necesidades básicas satisfechas, y donde, en consecuencia, las posibilidades de conflicto no desaparezcan -porque el conflicto parece casi inherente a la sociedad humana-, pero disminuyan sensiblemente y sean cada vez más tolerables.

En esa tarea estamos. Y cuando digo "estamos", me refiero a Gobierno y oposición. Y en esa tarea nos comprometemos, asimismo, con ustedes.

Señores magistrados, bienvenidos, nuevamente, a nuestro país. Esta es su tierra. Muchas gracias.

 
   
 
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