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15 de junio, 2010

José Mujica

El control requiere oposición de intereses
Cuando nuestra actividad actúa sobre los intereses de otros, la tapa del libro establece que debemos ser cuidadosos en la manera en que afectamos esos intereses. Pero no conozco dirigente, funcionario, organización, empresa o país al que le guste que lo controlen sobre la manera en que hace las cosas. Todos aborrecemos que nos presionen o nos pongan límites y estamos dispuestos a jurar por lo más sagrado que si nos dejan solos y tranquilos seremos los más celosos custodios de los intereses ajenos. Estoy dispuesto a creerle estas declaraciones a la Virgen María, a la Madre Teresa y a nadie más. Por lo pronto, no me las creería a mi mismo.

Hace rato que aprendimos que los seres humanos, de a uno o en paquete, amuchados u organizados, tiran para su propio bolsillo, su propio grupo, y hasta su propio código genético. No por casualidad "Nosotros" es una palabra mucho más entrañable que "Ellos".

El autocontrol, puede ser un concepto muy valioso en la discusión ética pero tiene patas cortas en la vida material. El sistema de control que vale es el que hace espacio a la oposición de intereses, porque es la única manera de contener la natural inclinación a ser indulgentes con nosotros mismos.

Son los afectados más directamente por nuestras acciones los que más derecho tienen a estar involucrados en la protección de sus intereses.

Lo contrario es incurrir en ese tipo de actitud que los españoles llaman "Yo me lo guiso, yo me lo como". Mejor cocinamos a medias y nos hacemos la fiesta juntos.

Ensanchamos el "nosotros" y recortamos el "ellos".